Comentarios y Análisis de Política

sábado, 22 de diciembre de 2012

Los secuestros de Catalunya

 A Catalunya se la puede secuestrar de muchas maneras. Y desde fuera o desde dentro. También desde fuera y desde dentro al mismo tiempo.

Si secuestrar significa quitarle a alguien -persona o pueblo- la posibilidad de moverse y desenvolverse según sus propios deseos, desposeerle o limitarle esta elemental libertad constituye un secuestro.

Imponerle a una persona o a un pueblo algo que no le es propio o no quiere, es caer en este abuso. Aunque sea en nombre de intereses o valores que alguien considere superiores. Superior a la libertad solo hay la vida, y ante todo la vida de las personas.

La historia, y la actualidad, nos muestra muchos casos de estos tipos de secuestro. Aquí y más allá. Casi nunca reconocidos por el secuestrador y con frecuencia asumidos -consciente o inconscientemente- por la resignación de los secuestrados. Es la eterna e injusta dialéctica de los poderosos y los débiles, cualquiera que sea la clase de poder y quien lo sustente.

Una concepción unitaria y uniformista del Estado, en los casos en que se da, suele comportar una sumisión o avasallamiento de las partes integrantes que tienen personalidad propia. Es decir, su secuestro, más o menos explicito.

Ciertos acontecimientos históricos y de diversa índole (guerras, dictaduras, pactos de estado, flujos demográficos, situaciones de debilidad o pobreza, etc) han situado a Catalunya, como a otros pueblos, en situaciones efectivas de secuestro, en diversos grados. Y llega un momento, en que se produce una reacción de rebeldía o de ansias de liberación. De anhelo de ser.

No es nuevo. Pero ahora, por razones conocidas de determinados abusos centralistas y uniformadores, está ocurriendo de forma especialmente remarcable y tensa. Sin reconocer el hecho elemental de la diversidad y pluralidad -de la pluralidad nacional del Estado español-  no se encontrará nunca la solución del deseable equilibrio entre respeto y colaboración (autonómica, federal, confederal) Produciéndose, en consecuencia, el enfrentamiento entre legitimidad y legalidad vigente. Podria calificarse de secuestro externo.

Pero hay otro nivel de posible secuestro, nada desdeñable y también peligroso. El secuestro interno.

Ocurre cuando dentro de un colectivo, de una comunidad o de un país, una parte intenta imponerse a las otras partes integrantes. Por distintas motivaciones, igualmente inaceptables. Pueden ser étnicas, de procedencia, de cultura, de lengua, de religión, etc. Suelen articularse políticamente entorno a una ideología partidista, que se eleva a la categoría de verdad para todos.

Se da en los casos extremos de una concepción global de esa colectividad, sin tener en cuenta tampoco su diversidad y pluralidad interna. Los nacionalismos radicales –reactivos o dogmáticos- pugnan por el secuestro del todo en detrimento de las partes que lo componen.

Estamos, en cierto modo, en uno de esos momentos. El pacto CiU-ERC -con componentes de reacción y de fundamentalismo- se inicia como impositivo al resto de posiciones legítimas, más que respetuoso e integrador. Las llamadas a la colaboración suenan más a virtuales y tácticas que a sinceras.

Puede ocurrir con cualquier otra formación política que, creyéndose poseedora de la verdad, se cierre al dialogo y a la colaboración. Pero Catalunya no es un todo compacto y uniforme. La diversidad y pluralidad es más que patente en su ciudadanía. Podrá saber mal a algunos, pero es así.

No reconocerlo constituiría simiente de discordia y una tentación secuestradora. Igual que en el secuestro exterior, no sería aceptable una posición homogeneizadora. Más aún, los derechos de los ciudadanos siempre han de prevalecer a las ambiciones -interesadas o ideológicas- de un colectivismo, siempre más utópico que real.

Aunque la gobernabilidad requiere de normas compartidas o comunes, lo democrático es respetar lo diferente, lo “propio” de “los otros”, su grado de legítima identidad.

Catalunya no puede ser objeto de secuestro ni desde el exterior ni desde el interior. Merece el respeto de todos, y para todos sus ciudadanos.









miércoles, 19 de diciembre de 2012

El clavo ardiendo de Artur Mas

  Intenta salvarse agarrándose a un clavo ardiendo. Aun a riesgo de llevar el país a la máxima tensión política y a un desastre económico y social. Su temeridad -y su ‘ego’- no le permiten rectificar.

Puede ser su segundo gran batacazo, después de aquella hazaña mesiánica que le condujo a la perdición. Está poseído por la “rauxa”, a la que empujó en su momento a masas de ciudadanos, y ahora estas le arrastran quizás hacia el precipicio. Por esto se agarra al clavo ardiendo de un pacto sin mucho sentido.

No escarmentó con la primera debacle, que le llevó a perder prestigio y votos -en unas elecciones innecesarias-, y ahora insiste. No se resigna a ser un gobernante normal, de los que saben perder y dimitir. Ha nacido para la heroicidad, parece. “Antes muerta que sencilla”.

Y, otra vez, de cara a la galería vuelve a presentar esta segunda hazaña como el camino hacia ‘la gran ilusión’, que lamentablemente la realidad, después de muchos sacrificios de todos, se encargará más pronto que tarde de desvanecer. Pero el mal de este autoengaño ya  se habrá consumado.

Sin embargo ahora, a Artur Mas, la procesión le va por dentro. Era para ser enmarcada la foto de Mas y Junqueras después del famoso pacto “para la estabilidad” y “el referéndum en 2014”. Junqueras con cara sonriente y aires de vencedor, Mas con rostro preocupado y abatido. Efectos de agarrarse a un clavo ardiendo para salvar el honor temerariamente perdido.

Este pacto es una entrega humillante del líder convergente, Artur Mas, al líder republicano, Oriol Junqueras. ¿Qué necesidad tenía de llegar a este forzado acuerdo, repleto de contradicciones? Quizás la de la supervivencia personal y política después de cerrarse casi todas las puertas, de volar todos los puentes con los demás partidos. Hay que reconocer que los duros ataques desde fuera -principalmente desde el PP y algún diario- han ayudado no poco a que los dos líderes cerraran filas, y sobretodo a una postura de autodefensa de Mas, Pujol, CiU, etc.

Poco recorrido se le prevé a este acuerdo entre dos formaciones políticas que, en el fondo, coinciden en pocas cosas esenciales. CíU no ha sido nunca ni es mayoritariamente un partido independentista, como siempre lo ha sido ERC. Económica y socialmente CiU es de centro-derecha, con un electorado de clase media o burguesa. ERC es claramente de izquierdas. En el texto del pacto predominan la ideología y el programa de ERC. ¿Cómo puede funcionar?

Junqueras es, por tanto, el clavo ardiendo al que se ha agarrado Mas. Exponiéndose a su propia quema y a la de su partido, gobernando con la responsabilidad de inevitables recortes económicos y más impuestos, y con un radicalismo independentista que no le corresponde. Todo parece un mal negocio para Artur Mas.

La única válvula de escape que, inteligentemente, Mas ha conseguido ‘in extremis’en el dificilísimo compromiso impuesto de celebrar el referéndum para la independencia el año 2014, es la cláusula de “excepción” en el caso que “el contexto socioeconómico y político requerieran una prórroga”, pero la nueva fecha “será pactada por las dos partes”. Cláusula sibilina que, hay que reconocer, puede dar mucho juego al president Mas, por ejemplo: volver a adelantar las elecciones. Pero no le arriendo la ganancia...

Para este viaje quizás “no hacían falta alforjas”, ni tensionar tanto la vida pública -catalana y española- ni perder unos años decisivos para salir de la crisis, y que, en lugar de buena gobernanza, serán de parálisis y de enfrentamiento en un interminable y agotador sprint hacia un incierto referéndum con resultado también  incierto.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Hay vida más allá de la Constitución

La vida transcurre siempre. Por esto es vida y no es muerte. Transcurre más allá de marcos jurídicos  y de pactos políticos. Estos son esencialmente temporales y perecederos. Querer eternizarlos es como intentar momificarlos. Hacerlos inservibles.

Son normales y legítimas las aspiraciones reformistas y también las rupturistas frente a la momificación de legalidades y acuerdos de todo tipo que pretenden detener el transcurso vital en que están inmersos los individuos, los pueblos y la sociedad. Otra cosa seria ir contra natura.

Los marcos legales y los pactos políticos son fruto de unos consensos en unas circunstancias históricas concretas. Tienen vocación de permanencia temporal, la más larga posible, indefinible pero no infinita. También las constituciones refrendadas por los pueblos. La nuestra nació de un gran pacto de supervivencia y de generosidad de las distintas posiciones políticas y sociales, en un momento muy singular.

A los inmovilistas recalcitrantes hay que recordarles que hay vida más allá de la Constitución. Si las nuevas circunstancias vitales, profundas y contrastadas, lo piden clamorosamente, habrá que modificarla en consonancia con los nuevos tiempos y las legitimas demandas mayoritarias de la colectividad que la aprobó o de una parte de la misma, con personalidad cohesionada y sólida, que tenga o haya alcanzado mayoría de edad.

Si los instrumentos o las vías para este cambio no son adecuados o son prácticamente intransitables, la iniciativa y la imaginación política responsable debería encontrar las fórmulas adecuadas en un marco de entendimiento, lealtad y convivencia. El enfrentamiento provoca enfrentamiento; la deslealtad, deslealtad, y la agitación, imposición autoritaria.

La Constitución es garantía de convivencia democrática, pero hasta un límite razonable. Más allá de este, como sería considerarla intocable o un texto sagrado, podría ser garantía de todo lo contrario, de inconvivencia. Es fácil comprenderlo. Como lo es pensar que seguramente hemos llegado a este límite razonable, por lo menos en algunos aspectos. El principal, la revisión de la distribución territorial del poder.

No todo se reduce a la simplista disyuntiva centralismo o independentismo de alguna comunidad que reclama más reconocimiento de su personalidad. Hay más formas posibles -no fáciles- de reorganización territorial: desde un estado autonómico mejor clarificado, más respetuoso con las competencias de cada cual y con instituciones de mutua colaboración (el Senado, p.e.), hasta la federación o la confederación. Y tampoco hay que caer en la simetría, pues ni todas las comunidades son iguales ni tienen las mimas posibilidades o aspiraciones.

Hay que huir del inmovilismo y del simplismo. Ni la Constitución es la Biblia inspirada por algún dios, ni el enfrenamiento independentismo contra unitarismo constituye un mandato de otros dioses. Ambos son más bien productos de la obstinación. En definitiva, de actitudes legítimas pero muy dogmáticas.

Y los dogmatismos son contrarios a la democracia, que es aún la mejor actitud y garantía de la pacífica convivencia. La que más se corresponde con el incesante transcurrir de la vida misma.


domingo, 2 de diciembre de 2012

La gran burbuja político-mediática

Lo que ha ocurrido en Catalunya, a propósito de les recientes elecciones autonómicas, es que ha estallado, por fin, la burbuja político-mediática. La responsable del llamado “oasis catalán”, una nefasta ficción que durante decenios ha enmascarado la realidad catalana.

Este contubernio entre política y periodismo se inició en tiempos del president Jordi Pujol, hábil tejedor de complicidades entre ambos mundos, y ha continuado hasta ahora sin que se vislumbre su final, pese a este desenmascaramiento puntual. Por aquello de estar en un país pequeño, en que todos se conocen , en que los intereses se entremezclan y la alentada necesidad de hacer frente a un común enemigo exterior: el centralismo del Estado.

El “oasis catalán” era muy cómodo para los políticos, pero prostituía la función periodística. El nuevo director interino de Le Monde advertía, precisamente estos días, del necesario distanciamiento entre políticos y periodistas. Cada cual en su sitio y con su misión. El no haber ocurrido siempre así, ha llevado a la perplejidad y a la desorientación generalizada ante un resultado electoral no previsto. Y, en consecuencia, a la dificultad de sacar conclusiones serias, y, en último término, a tomar decisiones políticas certeras para encarar bien el futuro. Todo se ha movido en un mundo de gran ficción.

Que un líder como Artur Mas, que gozaba de una posición política bastante estable para gobernar, un buen o mal día, se deja deslumbrar por el espectáculo de una gran manifestación popular (por él apoyada), a través de una mala lectura de la misma, y quiera erigirse en milagroso redentor de su pueblo, y acabe siendo derrotado en su empeño y retroceda en representatividad, se explica en buena medida, por el espejismo de aquel contubernio político-mediático.  

Creo que ha sido el ponderado periodista Luís Foix quien ha afirmado que Artur Mas y CiU “se han creído su propia propaganda”. Con unos medios de comunicación públicos a su servicio (TV3 principalmente), y muchos de los privados subvencionados (en primer lugar La Vanguardia), era fácil caer en esta confusión. Sobretodo si, además, su propia empresa encuestadora, le cantaba una victoria casi rotunda. Como escribe el sociólogo Manuel Castells, con “la influencia decisiva de los grandes partidos y grupos empresariales sobre los medios de comunicación, se puede entender la autocomplacencia de una clase política que cree tener todo atado y bien atado”. Las urnas han demostrado que no.

Los refutados adversos han derrumbado el tinglado y difuminado mucho una ilusión amplia pero no mayoritaria sobre la que Artur Mas quiso cabalgar -sin calcular los riesgos para él y para el país- para llevar a la multitud imaginada en la travesía del Mar Rojo hacia la tierra prometida de la independencia.

Y es oportuno recordar a los profesionales del periodismo una advertencia del director de Le Monde Díplomatíque. Ignacio Ramonet alerta del peligro de la "censura democrática" que se produce en los medios de comunicación "mediante la asfixia y la sobreabundancia de información". "No hay ninguna institución –añade- que no tenga su propio sistema de comunicación, lo que provoca que los periodistas no estén en contacto directo con lo que sucede en la realidad, sino con la información que las instituciones quieren transmitir",

Si los profesionales y los medios no saben, no pueden o no quieren zafarse de estas tentaciones y servidumbres, y continúa el contubernio político-mediático, seguiremos en un irreal “oasis catalán”, con las consecuencias de desorientación general de la opinión y con las dificultades de interpretación de la realidad por los políticos y, por tanto, de gobernabilidad. Es el panorama que un arrebato personal de ambición mesiánica nos ha dejado.

Una burbuja político-mediática ha estallado



lunes, 26 de noviembre de 2012

Mas ha salido trasquilado

 
Artur Mas iba a  por lana y ha salido trasquilado. Su ambición desmesurada le ha llevado a hacer el ridículo. Una ambición personal que atribuía a la “voluntad de un pueblo”, que en las urnas le ha dicho que “no era eso”, como advertimos aquí. Porque este pueblo es plural y diverso, y quiere hacer las cosas de otra manera. Negociando, no con desafíos.

Se presentaba como el Moisés salvador y se ha hundido en las aguas antes de empezar la travesía. Reclamaba un poder “excepcional” para su hazaña “histórica” y ha arrastrado hacia abajo a su propio partido, que fundara Jodi Pujol. Y ahora no sabe, ni siquiera, como podrá conducir su propia nave. Ya busca copilotos para gobernar, antes que tener que recurrir a salvavidas.

No solo se ha caído del falso pedestal en que estaba decidido encaramarse, y ha perjudicado a su partido, sino que con sus elecciones precipitadas, deja un país más fragmentado y difícil de gobernar. Y esto, después de perder varios meses y con un coste económico para unas elecciones innecesarias, en tiempos de crisis galopante.

Esta la sido la proeza del iluminado Artur Mas. Le ha salido mal la jugada al confundir los gritos de una manifestación masiva y compleja, con la mayoritaria aspiración popular, que silenciosamente ha acudido a votar más que nunca. Deslumbrado por esta ilusoria visión, cambió su legitima reclamación de “pacto fiscal” para mejorar las finanzas catalanas, por un desafió independentista desde un partido que nunca había sido separatista.

Y lo planteó con una radicalidad tal -dentro o fuera de la ley- que asustó a propios y a extraños. Los propios vieron desvirtuada su formación política, CiU, y los extraños no se fiaron del converso y prefirieron dar su voto a los independentistas de siempre, ERC.

Y, encima, deja el nacionalismo catalán más dividido y desilusionado. Y el “Madrid” culpable de todas las desgracias catalanas más tranquilo que antes. Con esta pirueta mal calculada, como dice Enric Juliana, “España ha ganado las elecciones catalanas”. Artur Mas se ha lucido.

martes, 20 de noviembre de 2012

Catalunya es plural, como España

Artur Mas, político inteligente y hábil, volverá a ganar, pero la torrencial afluencia de votos que reclama a voz en grito para llevar a cabo su plan independentista no parece que se produzca. Con lo cual, posiblemente queda como está ahora o casi, según se desprende de todas las encuestas.

Las urnas ratificarán o rectificarán estas previsiones el próximo domingo. En todo caso, queda claro que la sociedad catalana es plural en sentimientos, intereses y opciones políticas y sociales. No es homogénea como quisieran las formaciones políticas que siempre en nombre “de la voluntad del pueblo”, intentan monopolizarla. No es nacionalista ni españolista; no es de izquierdas ni de derechas. Es una cosa y otra; lo es todo a la vez.

El último debate televisivo entre las siete fuerza políticas con representación parlamentaria, lo ha vuelto a confirmar y visualizar claramente. Quizás esta ha sido su mayor aportación en la viva campaña electoral, cuando estaba cundiendo la sensación de que sólo había una opción válida y las demás eran casi irrelevantes o pasaban bastante desapercibidas.

La espectacular gesticulación, demasiado personalizada y mesiánica de Artur Mas -¡ya se le avisó!- no está logrando hacer tabla rasa con los adversarios, para erigirse como el dueño y señor de los destinos de Catalunya, como su salvador providencial. Más bien lo contrario. Los demás están reaccionando y mostrándose, otra vez, como los representantes de importantes y amplios  sectores de la ciudadanía catalana. Esto se ha comprobado nuevamente en el debate en TV3, con inevitables consecuencias en las urnas.

La pluralidad de Catalunya se salva así de la quema. No será arrastrada por el tornado de una decisión precipitada, idealista e impetuosa, que se  está viendo también interesada y oportunista, para salvar la cara de una mala gestión del gobierno “de los mejores” y como cortina de humo sobre hechos turbios, con una huida hacia “territorios desconocidos” por caminos legales o no, lo cual la convierte en una aventura.  

Y si, al final, todo queda más o menos como antes, según vaticinan los sondeos, ¿habrá valido la pena toda esta movida, con ribetes de mala saña, de aquí y de allá? Se habrá salvado la pluralidad de Catalunya, pero seguramente más enfrentada interna y externamente.

Lo que sí habrá aportado, por lo menos, es una conciencia más definida y un sentimiento generalizado de que las relaciones Catalunya-Espanya han de cambiar, y que la opción de Mas -que ha contribuido mucho ello- no es la única ni seguramente la más viable.



martes, 13 de noviembre de 2012

De quién es la democracia


Todos exhiben “democracia”. Cada uno “su” democracia. Como si fuera un predio propio. Como si fuera un producto de mercado, o de supermercado. Los constitucionalistas y los soberanistas. En el fragor de la pugna electoral catalana -que no es solo catalana- hay un forcejeo para arrebatar al otro esta mágica palabra, para legitimarse.

Y al mismo tiempo, se lanzan mutuamente a la cabeza la acusación de “antidemócrata”. Saben que es el peor estigma que se le puede colgar para que sea despreciado por la opinión pública. No se pierde ocasión, pretexto ni burdas comparaciones. Vale todo, lamentablemente, para ganar votos.

¿Es más demócrata el que respeta el marco legal vigente, cuya principal referencia es la Constitución, o el que se remonta a las raíces de las normas apelando a la soberana “voluntad del pueblo”?  Este es, en el fondo, el planteamiento, más allá de las palabras más o menos hirientes y ofensivas que se emplean de cara a la galería, que suele aplaudir al más ingenioso, al más atrevido o al que más grita.

Por desgracia, en las campañas electorales pesan poco los razonamientos. La emotividad pasional suele predominar sobre el pensamiento serio y razonado. Las apelaciones a los sentimientos elementales -que pueden ser muy nobles- enardecen más fácilmente a las masas que los argumentos -no siempre certeros- coherentes y reposados. Por suerte, las masas no piensan; quienes piensan son las personas, que son las que votan.

Pero los entusiasmos, normalmente pasajeros, de las masas pueden condicionar a las personas decisivamente. Como lo hace la fuerza de los sentimientos elementales debidamente agitados o manipulados. El “yo” se impone al “nosotros”, por ley de autodefensa o supervivencia.

Todos los nacionalismos, de cualquier color y ámbito, son propensos a este fenómeno. E intentan justificarse proclamándose demócratas, más que los que sienten o piensan distinto. También los constitucionalismos pueden ocultar o amparar sentimientos nacionalistas de otro nivel. Es la dialéctica instalada en el actual debate catalán.

Ante esto, una postura razonable conduce a pensar que el respeto a la legalidad, necesaria para la convivencia, no ha de impedir su posible modificación si es que realmente una voluntad popular expresada libre y limpiamente es mayoritaria. Mientras, la democracia se supone que está en el marco legal vigente, democráticamente refrendado. La democracia no puede ser un simple concepto etéreo ni una mera proclamación de voluntad, ni reside en gesticulaciones o manifestaciones populares por muy espectaculares o masivas que sean.

La democracia es de todos y de nadie en concreto -constitucionalistas o soberanistas-, pero toma forma y se concreta en normas jurídicas, que hay que respetar aún que puedan, o quizás deban, ser modificadas democráticamente. La democracia no es propiedad de nadie, ni es un caos. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Las torpezas de Rajoy

Frente a las hábiles maniobras de Artur Mas, la torpeza de Mariano Rajoy. Resultado: el llamado “lío” en que nos encontramos, que es mucho más que “un lío”, don Mariano. Es un enfrentamiento en toda regla, de futuro “incierto”, como dice Jordi Pujol.

Imagínese el lector que el día en que el presidente Mas fue a La Moncloa a buscar lo que califica de “portazo” a su “pacto fiscal”, el presidente Rajoy le hubiese contestado a lo que considera un “chantaje”, por ejemplo esto:

 -Mire usted, señor Mas, esto me lo estudiaré, pero ahora vamos a hablar de como mejorar la financiación de Catalunya.

Seguramente el panorama actual sería diferente, Habría desactivado mucho el efecto “portazo” que se buscaba para armar lo que se ha armado: unas falsas elecciones que ocultan un falso referéndum.  Rajoy fue torpe en su reacción, frente a un Mas muy astuto y decidido.

Se lo advertimos desde aquí con un “No vuelva a equivocarse, señor Rajoy”. No le falta razón a Artur Mas cuando  afirma que “no entienden nada”. Hay mucha distancia, demasiada, pese a los  Aves y Puentes aéreos, y es otra mentalidad, menos ágil y más mesetaria. Por lo visto, un problema crónico.

Si el “no” a negociar ya una mejora de la financiación hubiera sido de Mas, en lugar de un “no” de ”Rajoy al “pacto fiscal”, el escenario habría sido distinto, aunque presumiblemente se habrían buscado otros argumentos para llegar a lo mismo. Pero la opinión pública, especialmente la catalana, lo habría visto de otra manera.

Rajoy ya se equivocó, desde un principio, subestimando el radicalizado planteamiento nacionalista de Mas con la reivindicación del “pacto fiscal” calificándolo de “un lío”. Era mucho más en sí mismo, y además llevaba una gran carga explosiva. Era una real reivindicación de fondo y también una trampa táctica, en la que don Mariano cayó.

Y ahora vuelve a insistir en que estamos en “un lío”. Vuelve a equivocarse. Porque estamos ante un gran desafío tácticamente bien planteado, aunque con deshonesta inteligencia.

Contra el rechazo, al parecer legalmente fundamentado, a una petición de “pacto fiscal”, se contesta con un desafío secesionista. La opción independentista no es ilegítima. Lo discutible es la forma de plantearla. No corresponde reclamarla “contra” o “fuera” del marco legal, ni parece lo más oportuna en un momento de extrema crisis económica y social. Es añadir desestabilizad política a la desestabilizad económica. Más crisis.

La independencia quizás pueda llegar un día por caminos legales y de pacto, como en Escocia, si es que esta al fin la consigue en el negociado referéndum. Es decir, con planteamientos razonables y no desatando y agitando pasiones elementales y turbadoras.

Más allá de su razonado argumentario brillantemente expuesto, Artur Mas se equivoca con sus llamamientos de “salvador de un pueblo”, de Moisés liberador o de Mesías redentor. Su criticado cartel electoral es un grave error. Ni Catalunya es “su” pueblo”, ni necesita salvadores iluminados y temerarios que le lleven a destinos desconocidos y por caminos procelosos y de agitación.

¡Cuidado con los que se presentan como “salvadores”! En sus promesas, con frecuencia, hay mucho contrabando, como querer ocultar un fracaso personal o de equipo; intentar rehuir el control democrático de su tarea de gobierno, o quizás tapar responsabilidades o vergüenzas.


Pero cuidado, también, con los gobernantes que no escuchan -porque no saben o no quieren- o que cometen demasiadas torpezas y, encima, se empeñan en disimularlas mirando hacia otro lado o acusando al adversario político de sus graves consecuencias.  

viernes, 9 de noviembre de 2012

España se rompe en Cataluny

 
Extrañas elecciones. Referéndum camuflado. Como pretende el independentismo. España se empieza a romper en Catalunya.

El proceso ha sido hábil, apoyado por datos prestados de la realidad. Se ha tocado a fondo la fibra sentimental de partencia a un pueblo con siglos de identidad propia, que hay que respetar. Se le ha añadido una gran campaña de sensibilización de la fibra del interés económico, perjudicado por una política estatal que, se argumenta, frena su desarrollo presente e hipoteca su futuro.

Con este doble potente resorte era previsible que un sentimiento nacionalista, hasta hace poco muy minoritario, haya ido penetrando en la sociedad, en la tradicional de raíz catalana, pero también en la de arraigo posterior. El sentimiento y el interés se potencian mutuamente. Quizás también habría ocurrido, más lentamente, sin la agitación de un inteligente activismo político.

Desde las instituciones centrales, estatales y de los distintos gobiernos, ha habido una evidente miopía. Como la ha habido desde los centros de opinión –políticos y mediáticos, del resto de España. No se ha visto venir el oleaje o se lo ha minusvalorado.

Más aún, no ha habido la sensibilidad ni la honestidad de querer y saber escuchar la voz de la realidad. Incluso se la ha querido ahogar desconociéndola y atacándola torpemente de frente, No ha habido la inteligencia de saber que los nacionalismo se crecen sobre todo cuando son atacados o agredidos de alguna u otra forma. Se ha evidenciado, pues, una lamentable torpeza estatal.

Y esto ahora se paga. En unas extrañas elecciones, como las actuales, más oportunistas que razonables, que encubren y anticipan, en la práctica, el referéndum que el movimiento soberanista anuncia, sí o sí, para después. Las reacciones llegan tarde, y algunas son totalmente improcedentes.

Paradójicamente, en los momentos de mayorías gubernamentales absolutas, si no hay una inteligencia clara y una fina sensibilidad desde el Estado, las minorías que se sienten desatendidas se radicalizan. Como ocurre ahora. Son los momentos en que, como buscan precisamente  los nacionalismos periféricos, frente al nacionalismo centralista, se empieza a romper España.

Que no se rompa también Catalunya...


martes, 6 de noviembre de 2012

“Manifiesto” que abre una puerta


El valor de un manifiesto suele estar en las personalidades que lo suscriben. De aquí el interés de sus promotores  -de todos los manifiestos-  en que lo firmen muchos y en que sean socialmente relevantes. Pero su valor también puede estar en lo que el manifiesto dice y en su oportunidad.

El Manifiesto por el Federalismo y el Consenso, que acaba de aparecer suscrito por centenares de intelectuales (en sentido amplio) con la intención de frenar la ola de independentismo catalán, fuertemente promovido y liderado por el presidente Mas y parte de CiU, contiene, entre otras cosas más tópicas y retóricas que exactas, algunas afirmaciones de especial interés.

Por ejemplo, que “en Catalunya existe un profundo sentimiento nacional, que debe ser reconocido e integrado de nuevo  en el seno de las instituciones compartidas”, Y que “si ese sentimiento de forma mayoritaria se manifestara contrario de modo irreducible y permanente al mantenimiento de las instituciones que entre todos nos dimos, la convicción democrática nos obligaría al resto de los españoles a tomarlo en consideración para encontrar una solución apropiada y respetuosa”. Y que “un mejor encaje de Catalunya” lo proporcionaría “una federalización del Estado”.

No seria razonable, ni desde Catalunya ni desde el resto de España, minusvalorar la aportación de este documento, por más que se considere tardío, trufado de afirmaciones vacías y como tabla de salvación cuando el agua llega ya al cuello. Pese a todo, significa el reconocimiento de una realidad y una apertura al diálogo para una actualización del marco legal.

La afirmación del presidente Mas de que la aspiración democrática del soberanismo catalán “no la pararán ni tribunales ni constituciones”, está fuera de lugar en boca del presidente de una autonomía, ya que prometió acatar la Constitución, gracias a la cual ostenta este cargo y que, además, es el representante ordinario del Estado en Catalunya. Y, además, si vuelve salir elegido, no podrá tomar posesión si no promete y acata la normativa constitucional y estatutaria vigente.

No en vano esta radicalización ha podido interpretarse  como una inadmisible  “insumisión” al Estado de Derecho, e incluso, como la amenaza de “un golpe de Estado civil”. Es posible, incluso, que esta actitud le perjudique de cara al electorado más sensato, que es el mayoritario. No merece mucho crédito, cara el futuro, quien empieza situándose al margen, o en contra, de la legalidad de un Estado democrático.

De alguna manera, en su descargo, podría acudirse a la consideración, generalizada y resumida por un reputado tratadista, cuando afirma que “si bien en un régimen democrático la sociedad debe apegarse al ordenamiento jurídico vigente, la legalidad también implica que tal ordenamiento pueda ser modificado a través de procedimientos legales previamente establecidos para adecuarlo a las transformaciones de la propia sociedad”.

Pero descargo solo en parte, pues si bien nuestra Constitución ya prevé mecanismos para su modificación, también es cierto que estos mecanismos son muy rígidos y restrictivos; prácticamente impracticables para un posible caso de legítimo deseo de secesión -con las garantías democráticas necesarias- de alguno de los pueblos que integran actualmente el conjunto estatal.

De aquí la oportunidad del Manifiesto para el Federalismo y el Consenso, firmado por centenares de intelectuales de toda la geografía española. Abre una puerta transitable, por la vía del diálogo, a una razonable modificación constitucional, fuera de radicalizaciones y actitudes de rebeldía o de insumisión que históricamente han  sembrado de tragedia nuestro país. Vayamos todos por la senda democrática y constitucional...







jueves, 1 de noviembre de 2012

Esto no es 'hacer pais', señor Mas

                                                               
Esto, señor President Mas, no es 'hacer país', que era el lema de Jordi Pujol. Esto es destruirlo.

Su campaña electoral, antes de tiempo, desde la Presidencia y con dinero público -!qué deslealtat a los demás partidos y a los ciudadanos!- es dividir a la sociedad catalana, incitarla a no respetar la legalidad y enfrentarla con el Estado, al que usted oficialmente representa en Catalunya y cuya Constitución se comprometió a respetar.

Usted, President Mas, con esta actitud -por bien que vista la mona-  es desleal a su cargo, a su compromiso y a la ciudadanía. Y alguien debe decírselo "clar i català" ya que no se atreven tantos y tantos -ellos sabrán por qué- serviles al poder antes que servidores de la profesión, o que leales representantes de la llamada sociedad civil, que tristemente  se va pareciendo a una "sociedad subvencionada".

Dividiendo a la sociedad, en nombre de "su" ideal partidista; elentándola a no respetar la legalidad democrática (por más que la democracia no se agote en la legalidad actual, siempre perfeccionable), e intentando enfrentar brutalmente -¿con qué derecho?- toda una comunidad con el Estado al que usted ha servido hasta ahora, no es "hacer país" ("fer país") con cuya divisa Jordi Pujol levantó de la nada toda una potente y respetada  Generalitat. Esto es destruirla.

Y para destruir la sociedad catalana usted no fué elegido (sino para gobernarla), ni está legitimado por nadie ni por nada. Es salirse de sus atribuciones. Es arrogarse, arbitrariamente, un derecho que no tiene como President de todos los catalanes como dijo -y dijo bien- que queria ser.

Desde la Presidencia de la Generalitat no está legitimado –por muchas presiones partidistas o sociales que pueda tener- a montar "su guerrilla" política.

Disculpe, Muy Honorable, pero "algú ho havia de dir" (alguien debía decirselo). Con respeto, lealtatd y, seguramente, para el bien del Pais.

 

 

 

 

 

 

jueves, 11 de octubre de 2012

No hay que 'españolizar' nada


Si España es plural y diversa, ¿qué quiere decir 'españolizar', señor Wert? En lógica, solo puede y debe significar que siga siendo plural y diversa, como es. "Españolizar" ya no cabe en el diccionario actual.

El ministro de Educación afirma que: "Nuestro interés es españolizar a los alumnos catalanes". Como mínimo, se equivoca de verbo, excepto que quiera decir "castellanizar" (que es otra cosa), lo cual sería un error aun de mayor calado, pues equivaldría a homogeneizar.

Lo que pretende, según se desprende de lo que ha explicitado después, es que los alumnos catalanes conozcan más la realidad global de España, y no solo la circunscrita en el territorio catalán. Que se les enseñe geografía, historia, lengua y cultura catalanas, como también las comunes al Estado español. Pero lo ha explicado mal, muy mal, y lo ha resumido aún peor con el verbo "españolizar".

Sorprende en un ministro que es sociólogo, por lo cual cabría pensar que conoce la realidad social -plural y diversa- que integra el concepto y la legalidad española reflejados en la Constitución. Sin duda, su apriorismo político -suponiendo que no haya malévola intencionalidad- le ha jugado una mala pasada, con lo cual ha echado más leña al fuego del gran debate actual sobre la relación Catalunya-España.

La total "españolización" –por utilizar la terminología de Wert- que sufrió la educación catalana durante el franquismo, explica la reacción contraria que se ha vivido posteriormente. Que actualmente, fruto de esta reacción y también de posiciones politizadas, hay carencias en la educación que se imparte en muchos centros de Catalunya, es bastante constatable. Pero una cosa es desear corregir estas carencias, completando formas y temarios, y otra un afán uniformizador, que se desprende del término "españolizar".

Que la cualidad del conocimiento del idioma español ha bajado, en general, parece cierto. Que la geografía, la historia y la cultura españolas se estudian ahora con menor intensidad que décadas atrás y diluido dentro de un contexto más universalizado, también es bastante verdad. Querer equilibrar esto, en el sentido de potenciar su conocimiento por pertenecer, por ahora, a un marco real y político-jurídico común, es razonable.

No es lógico que se utilice la educación, concibiéndola como un instrumento de politización de la sociedad, ni en uno u otro sentido. En esto se había caído férreamente lustros atrás, en esto se ha incidido sutilmente después por la ley del péndulo, y a ello parece que se quiere volver con expresiones, que han hecho escándalo, como la del señor Wert.

En sentido real y político-jurídico "españolizar" debiera significar respetar la realidad de un país formado por un mosaico diverso en lengua, cultura, historia, geografía, caracteres y sentimientos. Pero si, por el contrario, se utiliza, como se hace, como sinónimo a "castellanizar", entonces equivale a una indeseable y empobrecedora homogenización. A intento de confundir o imponer una parte a todo el conjunto plural de España.

Es en este sentido, señor ministro de Educación, que usted se ha equivocado. Se puede -dentro de los límites razonables- intentar llenar lagunas, corregir carencias y enderezar posibles desviaciones, pero no homogeneizar. Aquí, señor Wert, no hay que "españolizar" nada; por esto, no se extrañe que le hayan dejado verde

jueves, 4 de octubre de 2012

La rebelión del independentismo


A la gravísima crisis económica se añade ahora una profunda  crisis política. A los efectos devastadores, para empresas y empleo, de una economía en quiebra, se superponen los preocupantes efectos, para la convivencia, de un modelo de Estado también en quiebra.

No es casual. A perro flaco todo son pulgas. Y a un Estado debilitado por las circunstancias económicas, internas y externas, es fácil cargarle todas las culpas, aunque no siempre las tenga todas. Parece el momento idóneo para intentar pasarle el muerto. Y, así, cada cual quitárselo de encima, sin asumir las propias responsabilidades.

Es el instante políticamente oportuno, u oportunista, para la rebelión de los disconformes, con o sin razón, del actual modelo del Estado de las Autonomías. Si el Estado se defiende, alegando que es el constitucional, y, como ocurre, se cierra a toda posible reforma del mismo para adaptarse a una realidad cambiante, entonces se produce la colisión de las dos posturas antagónicas. Estamos en el choque de nacionalismos, el central y los periféricos.

El nacionalismo españolista esta muy incrustado en los poderes estatales, centralistas, uniformadores y de predominio. Los nacionalismos periféricos –vasco y catalán, principalmente-  se sustentan en razones históricas y culturales, de agravio y de reivindicación de la propia personalidad. La Constitución no resolvió bien este tradicional contencioso., atendiendo a  la profunda realidad, por esto ahora los nacionalismos vuelven a irrumpir con fuerza, alentados por incomprensiones de gobiernos centrales de todo color, y buscando en un Estado debilitado el chivo expiatorio de los errores de sus propios gobernantes autonómicos.

La astucia del presidente Artur Mas ha estado, entre otras cosas, en  hacer suyo un masivo movimiento independentista, que alentó descaradamente desde el Govern, sin haberse declarado él nunca claramente independentista, como tampoco su formación política. Claro oportunismo político,  que está arrastrando a las demás  fuerzas políticas a posicionarse precipitadamente, ante unas elecciones adelantadas a menos de media legislatura y claramente partidistas, que enmascaran su impotencia o fracaso en la gestión del gobierno "de los mejores"

Artur Mas ha pasado de defender  "el pacto fiscal" (tipo vasco) para Catalunya, blandiendo el lema del "expolio fiscal", a ponerse delante de la gran manifestación independentista, dejando así de ejercer de President de todos los ciudadanos catalanes, que prometió ser. Explota el error del Constitucional de recortar despiadadamente el Estatut con que Maragall intentaba abrir camino hacia el federalismo, y ha provocado un "no", demasiado rotundo  de un Rajoy, poco hábil y abrumado por la crisis, al "pacto fiscal", para sumar descontentos y sensaciones de agravio, para ganarse a la sociedad catalana, no siempre bien informada, en apoyo de su desafío. Así, no se ha abierto ninguna negociación para la necesaria mejora de la financiación catalana.

Con un buen discurso, muy hábilmente expuesto, y unos medios de comunicación públicos a su servicio o afines subvencionados, Artur Mas, movilizando a la opinión pública, se ha convertido en el líder de un  preocupante e incierto desafío al Estado (incluso al Estado de derecho),  anunciando un referéndum de autodeterminación aunque no se ajuste a la legalidad. Los partidos se han visto sorprendidos y la sociedad se está dividiendo claramente ante este envite. Envite al cual puede sumarse Euskadi si, como es previsible, gana el nacionalismo radicalizado en las próximas elecciones. El Estado no se quedará con los brazos cruzados. Las cosas se complicarían.

Mientras, no parece que, en estos momentos, haya ningún partido ni nadie, que pueda disputar este calculado e inteligente liderazgo de Artur Mas. Lo tiene difícil en Catalunya el Partido Popular de Sánchez Camacho, que puede recoger mucho voto no independentista Y no lo tiene fácil el PSC de Pere Navarro, aún poco definido en su federalismo (solución razonable), con disputas internas y con poca garra electoral, pese a haber sido siempre el socialismo mayoritario en los comicios generales.

Esta falta de contrapesos reales, puede llevar a un Artur Mas crecido, tanto a llegar hasta el final de una aventura alocada o de "rauxa", peligrosa para Catalunya y nefasta para la recuperación económica española, como, ante tamaña responsabilidad, a sentir vértigo al precipicio a que puede llevar al país y a quemarse a sí mismo políticamente, y moderar sus posiciones (algún indicio ya hay), por el caminos de la ambigüedad, en lo cual son muy hábiles tanto Mas como su partido.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Mas, desbordado por los hechos y por si mismo


 

 

El presidente Artur Mas se ha visto desbordado. Desbordado por los hechos, y desbordado por sí mismo. Y como salida emprende una huida hacia adelante. Esto es, en el fondo, su convocatoria de elecciones a media legislatura. Su "gobierno de los mejores" habrá sido el más corto de la historia catalana.

Sí, desbordado por los hechos. Cuando se presentó para la presidencia de la Generalitat ya sabía el terreno que pisaba y los problemas con que podía enfrentarse. Llevaba muchos años en la política, en el gobierno y en la oposición.

La crisis económica general y, por tanto, catalana, estaba en pleno auge. El déficit con que se encontró del gobierno anterior no pudo sorprenderle demasiado. Aceptó el reto y para ganarlo nombró lo que calificó como el "gobierno de los mejores".

Ya era un experimentado en los problemas tradicionales con el gobierno central, o "de Madrid". El mismo negoció, a espaldas del parlamento catalán y con nocturnidad, parte sustancial  del Estatut con el presidente Zapatero.

Justo llegar a la presidencia se adelantó en una política de recortes que sorprendió a propios y extraños.  La crisis económica general y, por tanto, catalana, estaba en pleno auge. El déficit con que se encontró del gobierno anterior no pudo sorprenderle demasiado. No siempre recortó donde más falta hacia, donde la inversión o las subvenciones eran menos productivas, aunque posiblemente más rentables políticamente. Esto le ha acarreado muchas protestas en todos los sectores.

¿Cómo salir de esta situación que ha ido empeorando y también comprometiendo su acción de gobierno? ¿Cómo salvarse de este desbordamiento por los hechos? Pues buscando chivos expiatorios y agitando el panorama político.

También se ha visto desbordado por sí mismo. Se planteó objetivos políticos ideales, pero a corto plazo inalcanzables, y sin prever bien sus consecuencias en tiempo de muy grave crisis generalizada. Añadiendo así más problemas al gran problema.

Su sueño de "pacto fiscal" tipo concierto vasco, muy legítimo, no podía prosperar en estas circunstancias. Era, en cierto modo, el principal objetivo político de su mandato. No podía, por tanto, resignarse a un fracaso que era previsible. ¿Cómo salvar la dignidad ante el estrepitoso fallo del gran reto de gobierno que se había impuesto a si mismo? Pues con la movilización política.

El campo estaba abonado sobradamente por el recorte del Estatut a manos  del Constitucional, que provocó una gran manifestación hace un par de años. Por incomprensiones de los gobiernos centrales ante muchas necesidades y reivindicaciones catalanas. Por el gravoso sistema del reparto de los ingresos fiscales del Estado, que llevan al empobrecimiento de Catalunya, tradicionalmente  motor económico de España. Por tratamiento con desdén de la realidad catalana en muchos aspectos sensibles. Etcétera.

Una gran manifestación en Barcelona –alentada y apoyada por las propias instancias gubernamentales-, con el objetivo oficial de apoyar la demanda del "pacto fiscal" de Artur Mas, pero que en realidad congregó varias motivaciones de descontento y reivindicación, y fue derivada hacia un clamor separatista, era una oportunidad que había que capitalizar. Y así fue.

El grito de "independencia" se impuso al de "pacto fiscal". Movilización histórica perfecta para plantear un desafío "a Madrid". Hábilmente, Artur Mas fue a buscar el "no" al "pacto fiscal" de un Rajoy poco astuto. Y este "no" le convertía en héroe ante la opinión catalanista. Era el momento ya de capitalizar abiertamente y de ponerse a la cabeza del masivo clamor de "independencia". Pero, consecuentemente, había que hacer algo más.

Como jurídica y políticamente este "algo más" no podía ser asomarse al balcón de la Generalitat, como en otras veces de la historia, para proclamar la independencia de Catalunya, la solución era disolver el Parlament y convocar elecciones precipitadas. Con lo cual, al mismo tiempo, las cosas se clarifican y se complican.

La esperanza de Artur Mas es, naturalmente, que las urnas le consagren como ganador y "héroe nacional". Pero la misión de un gobierno, sobretodo si es "el de los mejores" no es fabricar héroes, sino gobernar, y hacerlo en las circunstancias que tocan y con los instrumentos que se disponen. Es lo que, muy meritoriamente hizo, en tiempos no menos duros, el presidente Jordi Pujol. Pero la historia sigue y los ideales de los pueblos no mueren...

 

 

 

 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Cálmese, señor Mas


 

 

Cálmese un poquito, señor Mas! Usted no fue a la manifestación y ahora, tras su éxito de participación, quiere capitalizarla. Un contrasentido. El éxito es de los que la organizaron y de los que asistieron.

Usted dijo, muy atinadamente, que no estaría porque, como presidente de todos los catalanes, no le correspondía estar, ya que no todos los ciudadanos  participaban de las motivaciones de aquella convocatoria. Además, estas eran varias y diversas: malestar económico, pacto fiscal, indignación, independencia...Todo legítimo, pero para usted era -repetía- el pacto fiscal.

Y ahora, en nombre de aquella masiva muestra de libertad de expresión popular, usted pretende ponerse delante y lo hace con desafío y alentando la agitación. Y esto no es serio si usted quiere seguir siendo el presidente de todos y no de una parte de los ciudadanos de Catalunya, por muy importante que esta parte sea. Menos aún, si quiere aprovecharla para los intereses de su concepción partidista de Catalunya, o quizás  electoralmente.

Mire usted, con crispación social y desafío al Estado no suele conseguirse nada positivo y duradero. Macià y Companys son ejemplos de ello, por más que ahora los homenajeemos y honremos. Prat de la Riba, encambio,  puso los fundamentos teóricos y prácticos estables de una Catalunya próspera y orgullosa de si misma.

Usted, con cierta elegancia y habilidad verbal, agita y desafía. Y esto crea inestabilidad económica, social y política. El dinero es miedoso y huye, la  convivencia frágil y la política voluble. ¿Cree que es la mejor forma y el momento más adecuado para solucionar los acuciantes problemas y sacar el  país adelante? Puede ser su legítima percepción, lo que no quiere decir la más acertada. Ni mucho menos la más compartida por todos los catalanes: los que se manifestaron, por distintos motivos, y los que no se manifestaron, que son mayoría, aunque quizás algún día los que la voten puedan serlo; tenga confianza en la gente.

Cuando el ex presidente Jordi Pujol, político discutido pero de talla, iba a Madrid hacía pedagogía a favor de Catalunya, al menos de su concepción de ella. Usted va y desafía las instituciones estatales y crea mal ambiente contra Catalunya. Un grave error, siempre que no se crea en las bondades del Apocalipsis.

Usted, señor President, en mi modesta y discutible  opinión, incurre en varias contradicciones:

- Dijo -repito- que como presidente de todos los ciudadanos,  no iría a la manifestación (que asegura era para reclamar el pacto fiscal) y después de que toma un claro aire y clamor  independentista, la asume plenamente y la pretende liderar, dejando así de ser ya el presidente de "todos".

- Usted va a la capital del Estado a pedir o negociar su "pacto fiscal" después de declarar solemnemente, aquí y allí, que este es un necesario paso decisivo para independizarse  del Estado. ¿Que quiere que le contesten? Como usted no es ingenuo, hay que pensar que va a provocar.

- Usted es legalmente presidente de la Generalitat y representante ordinario del Estado en Catalunya en virtud preciamente de lo establecido por la Constitución, que prometió acatar en su toma de posesión, y ahora pretende desobedecerla  y llama a desacatarla. Está negando los propios fundamentos jurídicos y políticos de su cargo; se queda colgado en el aire.

- Infringir  y animar a desacatar, de alguna forma, la Constitución en nombre de la democracia (que se concreta en el Estado de derecho, aunque éste  pueda no gustar) y del éxito de una manifestación masiva, es confundir el legítimo y constitucional derecho a la libertad de expresión, con el resultado de unas elecciones libres y con voto secreto. Manifestarse no es lo mismo que votar con todas las garantías.

Si una situación política plasmada en una Constitución, masivamente votada en su día también en Catalunya, no gusta o se considera lesiva para unos derechos individuales o colectivos, lo que procede, en lógica, es intentar modificarla. No pretender reventarla.

Cuando el presidente Pasqual Maragall se dio cuenta del error cometido con el empeño de aprobar un nuevo Estatut (con la opinión contraria de Jordi Pujol) y luego amputado por el Constitucional, con el gran desgaste político y social que supuso, dijo que no había valido la pena. Y que en lugar de pretender reventar la Constitución por dentro con el proyecto de Estatut, habría sido mejor empezar por modificar aquella, ya que se daban ciertas circunstancias favorables.

Tome nota, señor Mas. Y frene sus impaciencias –por legítimas que sean y pese a tener estas un importante soporte ciudadano, pero no el claramente mayoritario- , y cálmese un poco, en bien de un proyecto a más largo plazo y con un apoyo más indiscutible de la ciudadanía. Y en bien, sobretodo, de la necesaria estabilidad que requiere  ahora el país. Que el éxito de la manifestación -a la que no acudió- no le suba a la cabeza.

 

miércoles, 12 de septiembre de 2012

No vuelva a equivocarse, señor Rajoy


Usted, señor Presidente, se equivocó en su entrevista televisada al referirse a la manifestación catalana del dia siguiente. Los hechos posteriores  han venido a corraborar esta modesta opinión de observador.

Se equivocó usted en lo que dijo, como lo dijo y en el momento que lo dijo. El sentido de la   masiva manifestación que iba a celebrarse, no podía ser  calificada como un simple "lio" o "algarabía", ni se podia tratar en tono despectivo,  y fue inoportuno el momento. Estaba cantado que sería algo importante, por mucho que pueda ser valorada de distinta manera, en sí misma y en su oportunidad.

Todo esto molestó a muchos ciudadanos de Catalunya y les alentó a su participación. Se comprende que usted esté en otra onda de preocupaciones globales cuando la crisis nos sacude a todos duramente y debe tomar decisiones muy serias. Pero hay cosas que pueden parecer de segundo orden desde su enorme responsabilidad de presidente del gobierno de España en estas difíciles circunstancia, pero que deben ser atendidas, o al menos, tratadas con sumo cuidado. Y no lo hizo; mejor dicho, lo hizo mal. Y así, han empeorado.

Ahora, señor Rajoy, se ve en la coyuntura de tener que tratar el tema de la financiación catalana con el president de la Generalitat. Asunto difícil y delicado. Se le presenta como propuesta de "pacto fiscal" aprobada mayoritariamente  por el Parlament de Catalunya y con el apoyo de una gran manifestación popular -que no representa necesariamente la voluntad de todos los catalanes, pero sí de una parte muy significativa- cuyo clamor iba mucho más allá: la independencia. No es una broma.

No se vuelva a equivocar. El sentimiento nacionalista está en expansión, y en muy buena parte a causa de la mala política y, a veces, incluso el  desdén con que se tratan los asuntos de "la cuestión catalana" desde el tradicional centralismo español. Téngalo muy presente. No se escude en los excesos y desconsideraciones que también desde Catalunya se cometen con demasiada frecuencia. Sería de mal político.

Alguien ha dicho que usted es el presidente español adecuado –por flexible, moderado y saber escuchar- para tratar o encauzar de alguna forma esta cuestión o al menos algunas de sus facetas calientes. La financiación lo es. Si la economía catalana ha tirado tradicionalmente del carro de la economía  española, evitemos que una redistribución mal hecha acabe matando la gallina de los huevos de oro.

Llámese "pacto fiscal" u otra cosa, desde Madrid hay que ser sensible a la realidad, tanto o más que a las reivindicaciones literales. Alguna forma habrá para evitar que el perjuicio de una parte del país no comporte un daño global. Sin gallina no hay huevos. Y precisamente el trato inadecuado a la gallina catalana, que perjudica a todos, es ahora  uno de los factores más decisivos del incremento del malestar expresado en la manifestación de Barcelona y de la extensión del sentimiento nacionalista, cada vez más radicalizado; es decir, separatista.

No se equivoque otra vez, señor Rajoy. Usted tiene una desventaja respecto a su antecesor señor Zapatero, que mentía prometiéndolo todo  descaradamente sin ruborizarse. Usted trata de ser más sincero, y la sinceridad no siempre ayuda a hacer política. Pero debe ser sensible y realista. Hay cosa que deben tratarse con prudencia, pero también con ganas de encauzarlas. Como en los juicios, siempre es mejor un mal acuerdo que un buen pleito. Los ruidos de ruptura, aunque puedan tener mucho de ficción, dañan la convivencia, ahuyentan los capitales y ahondan la crisis.

No debe pedírsele a usted que se baje los pantalones, pero busque buenos sastres -para trajes a medida- para todos.

 

 

martes, 31 de julio de 2012

La locura d'Artur Mas?


Els profetes 'divins' ja ho han proclamat, en el desert i arreu, 'en nom del País'. Els grans ideòlegs, han parlat a les ments preclares. Els predicadors –polítics i mediàtics-, sermonejat  a les masses. Els estrategues, traçat el full de ruta cap a 'la terra promesa' de la independència. Els activistes, caldejat l'ambient. I el 'cabdill', Artur Mas, arengat al 'seu exèrcit'. Només falta l'ordre de la 'rebel·lió'. Seguirà el poble, tip i fastiguejat de tot i de tots, aquesta locura?. That is the question!
God Save the Queen!

miércoles, 25 de julio de 2012

Carga excesiva para Catalunya



En esto hay unanimidad. Entre los partidos, instituciones y ciudadanos. Es, en el fondo, lo que se ha aprobado por consenso en el Parlament. Que lo que aporta la economía catalana al resto del Estado es escesivo.

Por dos razones, principalmente: porque lastra el desarrollo de la propia economía, incluso empobreciéndola, y porque una economía catalana frenada o empobrecida, no puede contribuir a la  riqueza global estatal  ni actuar, como históricamente, de motor de la misma.

Así, todos salimos perdiendo. Este clamor, por tanto, bien merece ser tenido en cuenta, en época de crisis o sin crisis. Incluso, podria formar parte de su solución.

Esta evidencia de desequilibrio económico, por otra parte, está siendo un potente factor del claro aumento del sentimiento independentista y de su extensión a capas sociales normalmente lejanas del catalanismo radical. Es lo que se llama "independentismo de cartera", que por sentido práctico desborda al puramente "sentimental" o "identitario". El independentismo "del interés"

Los preocupados por el creciemiento del independentismo, sean ciudadanos catalanes o de fuera de Catalunya, deberian sopesar bien este fenómeno de la fuerza determinante del "interés" económico  en la decantación política. Atender a aquel clamor contra el "desequilibrio" crónico del flujo fiscal entre lo que aporta Catalunya a las arcas del Estado y lo que le retornan estas en forma de servicios, no solo sería bueno para las economías catalana y española, sino que, además, desinflaria el creciente sentimiento secesionista.

La forma de hacerlo, siendo importante, es secundaria. Por esto la unanimidad básica que sostiene la propuesta del Parlament –bajo el nombre de Pacte Fiscal- se rompe entre los partidos, que tienen puntos de vistas diferentes y presentan fórmulas distintas. No hay unanimidad en la manera.


Encontrar una de satisfectoria y viable, que abordara el fondo (la carga excesiva de la aportación catalana),  en una negociación sincera y  realista entre el Gobierno de Rajoy y el Govern de Mas, supondria un paso decisivo en los dos contenciosos: el económico y el político, que se superponen peligrosamente. 

jueves, 12 de julio de 2012

¿Se aguantará Rajoy?




Que los gobiernos son elegidos por sus programas electorales debería ser cierto, pero es una falacia. Nadie se los lee y ni los propios partidos se los creen. Más allá de unas líneas maestras, son puro marketing. Ya Tierno Galván denunciaba que son "para no cumplirlos". Cinismo realista.

Cuando Zapatero quiso cumplir su más o menos improvisado programa las cosas fueron mal; y cuando cambió radicalmente para seguir el impuesto por la Unión Europea, las cosas fueron peor y las urnas lo echaron. ¿Le sucederá lo mismo a Rajoy? Seguramente, no.

A Rajoy, a quien tanto se le acusó de no revelar o de no tener programa, es evidente que no salió elegido por lo que decía o no decía en este. Tras el caos zapateril, fue elegido para que sacara al país del atolladero. Esto es, fundamentalmente, por lo que le votó una amplia mayoría absoluta, harta hasta las narices de la situación.

Por esto las críticas que, con razón, le acusan de no cumplir su programa e incluso de contradecirlo descaradamente, no parece que le vayan a hacer tanta mella como a su antecesor socialista. Y siendo muy  razonables  los argumentos de que, si gobierna con medidas distintas o claramente contrarias a las que predicaba, debería someterse al veredicto de nuevas elecciones, carecen de peso práctico suficiente, en las actuales circunstancias, para prosperar.

El único programa de Rajoy es ahora sacar el país del atolladero y evitar a toda costa la bancarrota. En el fondo, como decía, es por lo que la gente le eligió, no por ser más simpático o inteligente ni por lo escrito en su ambiguo programa electoral. Es por esto por lo que será juzgado al final de su mandato, o antes si no puede completarlo.

Está por ver si acertará o no, más allá de lo que digan desde Bruselas. Los que sufren los duros recortes y las subidas de impuestos, son los ciudadanos. Y son los que llenan las calles clamando otra política, distinta a la de los banqueros, y los que votan. 

El coraje que -con o sin programa, o al dictado de Europa- ahora pone Rajoy en dar la vuelta a la situación, no es garantía de que la gente esté dispuesta a aguantar mucho para ver resultados favorables, ni de que estos se produzcan inexorablemente. Lo peor es que no parece haber un camino muy distinto. Esto es lo que -guste o no- puede aguantar al presidente Rajoy en su dificilísimo empeño.

  

miércoles, 4 de julio de 2012

Para crear empleo y riqueza


Para que se cree empleo se necesitan empresas. Para que existan empresas se necesitan compradores. Para que haya compradores se necesita gente con poder adquisitivo. Para un país empobrecido, como el nuestro, es necesario buscar mercados fuera. En resumen: hay que exportar.

Para exportar hay que producir buenos productos o innovadores, a precios competitivos y estar introducidos en  países con poder adquisitivo que nos compren. Este, aparentemente,  tan simple manual es el que aplican los sectores y los empresarios de nuestro país que basan su economía en la exportación.

Son los que, pese a tantas dificultades y desánimmo, crean riqueza, empleo y contribuyen a lo que nos queda del estado del bienestar. Son los que hay que alentar, ayudar e imitar. Son los que nos pueden sacar de la crisis. No los simples e inacabables recortes que, más allá de la necesaria austeridad, nos estancan y empobrecen cada dia más.

Escoger bien unos cuantos sectores y empresas de entre las que más y mejor exportan, y tienen más futuro, e impulsarlos en su afianzamiento y crecimiento, sería una labor realista de los gobiernos central y autonómicos. Un necesario, urgente e imprescindible primer paso –a ir ampliando- para reanimar la actual situación de bancarrota.

Las grandes cifras, las magnitudes macroeconómicas, a veces no nos dejan ver la útil, callada y fructífera labor de tantos empresarios que luchan cada día a pié de fábrica o establecimiento y logran colocar sus productos y servicios en distintos países, a menudo muy lejanos, o atraer un buen turismo, con lo que nos salvan de una mayor debacle económica. Sus cifras de negocios, pese a todo, son muy importantes.       

Merecen ser potenciados, porque con ello fortaleceríamos la economía del país. Aprendamos de los que saben y de lo que va bien. Menos  hablar de 'primas de riesgo', que cada día nos deprimen y arriesgan más, y más sentido práctico. Y manos a la obra.