Comentarios y Análisis de Política

viernes, 30 de marzo de 2012

El parón y el clamor


Lo importante no fue el parón sino el clamor. Fue una gran huelga parcial. Y un clamor masivo.

Paró mucha gente, pero trabajó mucha más. Pese a que los convocantes, a veces, confunden, inadmisiblemente, el legítimo derecho a no trabajar durante una huelga, con un inexistente derecho a impedir trabajar. Y, lamentablemente, algunos comparsas o infiltrados, practican la salvajada que urge erradicar con contundencia.

La huelga era, principalmente, contra una reforma laboral y unos recortes gubernamentales, que cercenan muchos derechos adquiridos de los que tienen trabajo, para facilitar a los millones que no lo tienen a poder lograr un puesto para ganarse la vida. Las fuerzas sindicales velan, primordialmente, por los que ya lo tienen, olvidándose bastante de los que malviven en el paro. Por esto fue una huelga más parcial que general.

El clamor del malestar fue enorme. Porque es realmente general y afecta a toda la sociedad. Y se exteriorizó en grandes manifestaciones, mayoritariamente pacíficas, ejerciendo saludablemente un derecho de expresión colectivo, que con frecuencia no se ve bien reflejado en los parlamentos, por muy democráticamente que sean elegidos.

El gran clamor callejero fue más una expresión profunda de malestar ciudadano que el rechazo de unas decisiones gubernamentales y parlamentarias concretas. El objetivo era más difuso y profuso, aunque muy íntimo y casi trágicamente sentido.

Es fácil achacarlo a un ‘sistema’ o a un ‘modelo’ social o económico; palabras, estas, que más bien sirven de comodin para disimular que no se conocen, por ahora, otros mejores o menos malos. Lo que sí está claro es que sus escandalosos abusos los pervierten profundamente. Pero estos abusos radican esencialmente en las personas, más que en sistemas y modelos, siempre mejorables.

El clamor era de malestar, profundo y generalizado. Y fue un gran clamor. El parón fue más relativo: la gente quiere trabajar, no perder el trabajo y encontrar uno los que no lo tienen. La ciudadanía dió una lección a las fuerzas sindicales: hay que acordarse de todos.

Y los gobiernos deben ser sensibles a la huelga y, sobre todo, al clamor, para, sin dejar de gobernar para el bien común, corregir los posibles fallos en sus decisiones y los muchos abusos a que, como ya se ha demostrado, dan lugar,                           

lunes, 19 de marzo de 2012

Lamentos de la izquierda



La izquierda se lamenta con razones, pero la derecha gobierna con los votos. La izquierda perdió en las urnas y ahora se moviliza en foros, en los medios y en la calle. La derecha ganó las elecciones y se moviliza desde los boletines Oficial del Estado y de las Comunidades en las que manda. Es el juego, un tanto aleatorio a veces, de la política de la alternancia.

Razones poderosas tiene la izquierda para protestar, porque ve frustrados -o incluso desmantelados-  muchos de sus sueños, pero es que no supo, o no pudo, plasmarlos en una realidad aceptada socialmente y viable económicamente. La izquierda, que es  atractiva y glamorosa, suele moverse entre el idealismo y la torpeza. Y no están los tiempos ni para lo uno ni para la otra. La izquierda ha tenido su oportunidad, y fracasó. Sus malos líderes y la súbita crisis económica ayudaron, muy decisivamente, a su  descabello.

La derecha es más realista. Los votantes se agarraron a ella como a clavo ardiente en un naufragio. Veremos lo que da de sí. De momento, está dando la vuelta al sistema anterior, sin que esto sea garantía de éxito. En menos de cien días ha desmontado un bello entramado de derechos y bondades -con altas dosis de ficcción-  que se sostenía en un tronco fatalmente carcomido por el despilfarro y la corrupción (de unos y de otros) y principalmente por una economía en profunda crisis. Estaba condenado, aquel tronco, a romperse y, por tanto, aquella ficción a derrumbarse.

La derecha dice que ha venido a poner orden en la cosa pública, y seguramente lo está haciendo con rapidez, pero en esta tarea ordenadora se está llevando por delante algo más que el simple desorden, a saber, bienestar y certidumbres que, repetimos, en las actuales circunstancias eran más deseos y buenas intenciones que “conquistas” reales. La derecha ´-en que el egoísmo suele prevalecer sobre el idealismo- se sustenta, sobre todo, en la contabilidad y cuenta de resultados; es decir, en la creación de riqueza cantante y sonante, lo cual es imprescindible para que luego pueda repartirse. A esta esperanza se agarraron, como tabla de salvación,  los votos mayoritarios. De momento, hay una gran movida; está aún por ver que dará de sí.

Son razonables los lamentos de la izquierda por lo que parece se está perdiendo de lo que proclama se había conseguido. Pero hay que recordar, por lo menos, dos cosas: que tuvo su larga oportunidad y fracasó, y que si es cierto, como dice, que “hay otra manera” de afrontar la crisis, a ver porqué no la puso en práctica cuando mandaba. Es su talón de Aquiles.