Comentarios y Análisis de Política

sábado, 22 de diciembre de 2012

Los secuestros de Catalunya

 A Catalunya se la puede secuestrar de muchas maneras. Y desde fuera o desde dentro. También desde fuera y desde dentro al mismo tiempo.

Si secuestrar significa quitarle a alguien -persona o pueblo- la posibilidad de moverse y desenvolverse según sus propios deseos, desposeerle o limitarle esta elemental libertad constituye un secuestro.

Imponerle a una persona o a un pueblo algo que no le es propio o no quiere, es caer en este abuso. Aunque sea en nombre de intereses o valores que alguien considere superiores. Superior a la libertad solo hay la vida, y ante todo la vida de las personas.

La historia, y la actualidad, nos muestra muchos casos de estos tipos de secuestro. Aquí y más allá. Casi nunca reconocidos por el secuestrador y con frecuencia asumidos -consciente o inconscientemente- por la resignación de los secuestrados. Es la eterna e injusta dialéctica de los poderosos y los débiles, cualquiera que sea la clase de poder y quien lo sustente.

Una concepción unitaria y uniformista del Estado, en los casos en que se da, suele comportar una sumisión o avasallamiento de las partes integrantes que tienen personalidad propia. Es decir, su secuestro, más o menos explicito.

Ciertos acontecimientos históricos y de diversa índole (guerras, dictaduras, pactos de estado, flujos demográficos, situaciones de debilidad o pobreza, etc) han situado a Catalunya, como a otros pueblos, en situaciones efectivas de secuestro, en diversos grados. Y llega un momento, en que se produce una reacción de rebeldía o de ansias de liberación. De anhelo de ser.

No es nuevo. Pero ahora, por razones conocidas de determinados abusos centralistas y uniformadores, está ocurriendo de forma especialmente remarcable y tensa. Sin reconocer el hecho elemental de la diversidad y pluralidad -de la pluralidad nacional del Estado español-  no se encontrará nunca la solución del deseable equilibrio entre respeto y colaboración (autonómica, federal, confederal) Produciéndose, en consecuencia, el enfrentamiento entre legitimidad y legalidad vigente. Podria calificarse de secuestro externo.

Pero hay otro nivel de posible secuestro, nada desdeñable y también peligroso. El secuestro interno.

Ocurre cuando dentro de un colectivo, de una comunidad o de un país, una parte intenta imponerse a las otras partes integrantes. Por distintas motivaciones, igualmente inaceptables. Pueden ser étnicas, de procedencia, de cultura, de lengua, de religión, etc. Suelen articularse políticamente entorno a una ideología partidista, que se eleva a la categoría de verdad para todos.

Se da en los casos extremos de una concepción global de esa colectividad, sin tener en cuenta tampoco su diversidad y pluralidad interna. Los nacionalismos radicales –reactivos o dogmáticos- pugnan por el secuestro del todo en detrimento de las partes que lo componen.

Estamos, en cierto modo, en uno de esos momentos. El pacto CiU-ERC -con componentes de reacción y de fundamentalismo- se inicia como impositivo al resto de posiciones legítimas, más que respetuoso e integrador. Las llamadas a la colaboración suenan más a virtuales y tácticas que a sinceras.

Puede ocurrir con cualquier otra formación política que, creyéndose poseedora de la verdad, se cierre al dialogo y a la colaboración. Pero Catalunya no es un todo compacto y uniforme. La diversidad y pluralidad es más que patente en su ciudadanía. Podrá saber mal a algunos, pero es así.

No reconocerlo constituiría simiente de discordia y una tentación secuestradora. Igual que en el secuestro exterior, no sería aceptable una posición homogeneizadora. Más aún, los derechos de los ciudadanos siempre han de prevalecer a las ambiciones -interesadas o ideológicas- de un colectivismo, siempre más utópico que real.

Aunque la gobernabilidad requiere de normas compartidas o comunes, lo democrático es respetar lo diferente, lo “propio” de “los otros”, su grado de legítima identidad.

Catalunya no puede ser objeto de secuestro ni desde el exterior ni desde el interior. Merece el respeto de todos, y para todos sus ciudadanos.









miércoles, 19 de diciembre de 2012

El clavo ardiendo de Artur Mas

  Intenta salvarse agarrándose a un clavo ardiendo. Aun a riesgo de llevar el país a la máxima tensión política y a un desastre económico y social. Su temeridad -y su ‘ego’- no le permiten rectificar.

Puede ser su segundo gran batacazo, después de aquella hazaña mesiánica que le condujo a la perdición. Está poseído por la “rauxa”, a la que empujó en su momento a masas de ciudadanos, y ahora estas le arrastran quizás hacia el precipicio. Por esto se agarra al clavo ardiendo de un pacto sin mucho sentido.

No escarmentó con la primera debacle, que le llevó a perder prestigio y votos -en unas elecciones innecesarias-, y ahora insiste. No se resigna a ser un gobernante normal, de los que saben perder y dimitir. Ha nacido para la heroicidad, parece. “Antes muerta que sencilla”.

Y, otra vez, de cara a la galería vuelve a presentar esta segunda hazaña como el camino hacia ‘la gran ilusión’, que lamentablemente la realidad, después de muchos sacrificios de todos, se encargará más pronto que tarde de desvanecer. Pero el mal de este autoengaño ya  se habrá consumado.

Sin embargo ahora, a Artur Mas, la procesión le va por dentro. Era para ser enmarcada la foto de Mas y Junqueras después del famoso pacto “para la estabilidad” y “el referéndum en 2014”. Junqueras con cara sonriente y aires de vencedor, Mas con rostro preocupado y abatido. Efectos de agarrarse a un clavo ardiendo para salvar el honor temerariamente perdido.

Este pacto es una entrega humillante del líder convergente, Artur Mas, al líder republicano, Oriol Junqueras. ¿Qué necesidad tenía de llegar a este forzado acuerdo, repleto de contradicciones? Quizás la de la supervivencia personal y política después de cerrarse casi todas las puertas, de volar todos los puentes con los demás partidos. Hay que reconocer que los duros ataques desde fuera -principalmente desde el PP y algún diario- han ayudado no poco a que los dos líderes cerraran filas, y sobretodo a una postura de autodefensa de Mas, Pujol, CiU, etc.

Poco recorrido se le prevé a este acuerdo entre dos formaciones políticas que, en el fondo, coinciden en pocas cosas esenciales. CíU no ha sido nunca ni es mayoritariamente un partido independentista, como siempre lo ha sido ERC. Económica y socialmente CiU es de centro-derecha, con un electorado de clase media o burguesa. ERC es claramente de izquierdas. En el texto del pacto predominan la ideología y el programa de ERC. ¿Cómo puede funcionar?

Junqueras es, por tanto, el clavo ardiendo al que se ha agarrado Mas. Exponiéndose a su propia quema y a la de su partido, gobernando con la responsabilidad de inevitables recortes económicos y más impuestos, y con un radicalismo independentista que no le corresponde. Todo parece un mal negocio para Artur Mas.

La única válvula de escape que, inteligentemente, Mas ha conseguido ‘in extremis’en el dificilísimo compromiso impuesto de celebrar el referéndum para la independencia el año 2014, es la cláusula de “excepción” en el caso que “el contexto socioeconómico y político requerieran una prórroga”, pero la nueva fecha “será pactada por las dos partes”. Cláusula sibilina que, hay que reconocer, puede dar mucho juego al president Mas, por ejemplo: volver a adelantar las elecciones. Pero no le arriendo la ganancia...

Para este viaje quizás “no hacían falta alforjas”, ni tensionar tanto la vida pública -catalana y española- ni perder unos años decisivos para salir de la crisis, y que, en lugar de buena gobernanza, serán de parálisis y de enfrentamiento en un interminable y agotador sprint hacia un incierto referéndum con resultado también  incierto.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Hay vida más allá de la Constitución

La vida transcurre siempre. Por esto es vida y no es muerte. Transcurre más allá de marcos jurídicos  y de pactos políticos. Estos son esencialmente temporales y perecederos. Querer eternizarlos es como intentar momificarlos. Hacerlos inservibles.

Son normales y legítimas las aspiraciones reformistas y también las rupturistas frente a la momificación de legalidades y acuerdos de todo tipo que pretenden detener el transcurso vital en que están inmersos los individuos, los pueblos y la sociedad. Otra cosa seria ir contra natura.

Los marcos legales y los pactos políticos son fruto de unos consensos en unas circunstancias históricas concretas. Tienen vocación de permanencia temporal, la más larga posible, indefinible pero no infinita. También las constituciones refrendadas por los pueblos. La nuestra nació de un gran pacto de supervivencia y de generosidad de las distintas posiciones políticas y sociales, en un momento muy singular.

A los inmovilistas recalcitrantes hay que recordarles que hay vida más allá de la Constitución. Si las nuevas circunstancias vitales, profundas y contrastadas, lo piden clamorosamente, habrá que modificarla en consonancia con los nuevos tiempos y las legitimas demandas mayoritarias de la colectividad que la aprobó o de una parte de la misma, con personalidad cohesionada y sólida, que tenga o haya alcanzado mayoría de edad.

Si los instrumentos o las vías para este cambio no son adecuados o son prácticamente intransitables, la iniciativa y la imaginación política responsable debería encontrar las fórmulas adecuadas en un marco de entendimiento, lealtad y convivencia. El enfrentamiento provoca enfrentamiento; la deslealtad, deslealtad, y la agitación, imposición autoritaria.

La Constitución es garantía de convivencia democrática, pero hasta un límite razonable. Más allá de este, como sería considerarla intocable o un texto sagrado, podría ser garantía de todo lo contrario, de inconvivencia. Es fácil comprenderlo. Como lo es pensar que seguramente hemos llegado a este límite razonable, por lo menos en algunos aspectos. El principal, la revisión de la distribución territorial del poder.

No todo se reduce a la simplista disyuntiva centralismo o independentismo de alguna comunidad que reclama más reconocimiento de su personalidad. Hay más formas posibles -no fáciles- de reorganización territorial: desde un estado autonómico mejor clarificado, más respetuoso con las competencias de cada cual y con instituciones de mutua colaboración (el Senado, p.e.), hasta la federación o la confederación. Y tampoco hay que caer en la simetría, pues ni todas las comunidades son iguales ni tienen las mimas posibilidades o aspiraciones.

Hay que huir del inmovilismo y del simplismo. Ni la Constitución es la Biblia inspirada por algún dios, ni el enfrenamiento independentismo contra unitarismo constituye un mandato de otros dioses. Ambos son más bien productos de la obstinación. En definitiva, de actitudes legítimas pero muy dogmáticas.

Y los dogmatismos son contrarios a la democracia, que es aún la mejor actitud y garantía de la pacífica convivencia. La que más se corresponde con el incesante transcurrir de la vida misma.


domingo, 2 de diciembre de 2012

La gran burbuja político-mediática

Lo que ha ocurrido en Catalunya, a propósito de les recientes elecciones autonómicas, es que ha estallado, por fin, la burbuja político-mediática. La responsable del llamado “oasis catalán”, una nefasta ficción que durante decenios ha enmascarado la realidad catalana.

Este contubernio entre política y periodismo se inició en tiempos del president Jordi Pujol, hábil tejedor de complicidades entre ambos mundos, y ha continuado hasta ahora sin que se vislumbre su final, pese a este desenmascaramiento puntual. Por aquello de estar en un país pequeño, en que todos se conocen , en que los intereses se entremezclan y la alentada necesidad de hacer frente a un común enemigo exterior: el centralismo del Estado.

El “oasis catalán” era muy cómodo para los políticos, pero prostituía la función periodística. El nuevo director interino de Le Monde advertía, precisamente estos días, del necesario distanciamiento entre políticos y periodistas. Cada cual en su sitio y con su misión. El no haber ocurrido siempre así, ha llevado a la perplejidad y a la desorientación generalizada ante un resultado electoral no previsto. Y, en consecuencia, a la dificultad de sacar conclusiones serias, y, en último término, a tomar decisiones políticas certeras para encarar bien el futuro. Todo se ha movido en un mundo de gran ficción.

Que un líder como Artur Mas, que gozaba de una posición política bastante estable para gobernar, un buen o mal día, se deja deslumbrar por el espectáculo de una gran manifestación popular (por él apoyada), a través de una mala lectura de la misma, y quiera erigirse en milagroso redentor de su pueblo, y acabe siendo derrotado en su empeño y retroceda en representatividad, se explica en buena medida, por el espejismo de aquel contubernio político-mediático.  

Creo que ha sido el ponderado periodista Luís Foix quien ha afirmado que Artur Mas y CiU “se han creído su propia propaganda”. Con unos medios de comunicación públicos a su servicio (TV3 principalmente), y muchos de los privados subvencionados (en primer lugar La Vanguardia), era fácil caer en esta confusión. Sobretodo si, además, su propia empresa encuestadora, le cantaba una victoria casi rotunda. Como escribe el sociólogo Manuel Castells, con “la influencia decisiva de los grandes partidos y grupos empresariales sobre los medios de comunicación, se puede entender la autocomplacencia de una clase política que cree tener todo atado y bien atado”. Las urnas han demostrado que no.

Los refutados adversos han derrumbado el tinglado y difuminado mucho una ilusión amplia pero no mayoritaria sobre la que Artur Mas quiso cabalgar -sin calcular los riesgos para él y para el país- para llevar a la multitud imaginada en la travesía del Mar Rojo hacia la tierra prometida de la independencia.

Y es oportuno recordar a los profesionales del periodismo una advertencia del director de Le Monde Díplomatíque. Ignacio Ramonet alerta del peligro de la "censura democrática" que se produce en los medios de comunicación "mediante la asfixia y la sobreabundancia de información". "No hay ninguna institución –añade- que no tenga su propio sistema de comunicación, lo que provoca que los periodistas no estén en contacto directo con lo que sucede en la realidad, sino con la información que las instituciones quieren transmitir",

Si los profesionales y los medios no saben, no pueden o no quieren zafarse de estas tentaciones y servidumbres, y continúa el contubernio político-mediático, seguiremos en un irreal “oasis catalán”, con las consecuencias de desorientación general de la opinión y con las dificultades de interpretación de la realidad por los políticos y, por tanto, de gobernabilidad. Es el panorama que un arrebato personal de ambición mesiánica nos ha dejado.

Una burbuja político-mediática ha estallado