Comentarios y Análisis de Política

viernes, 22 de febrero de 2013

No es ningún disparate

Puede sorprender, pero no es ningún disparate. Que un político destacado pida la abdicación del rey no constituye una blasfemia. Es la expresión de una opinión legítima.

Si lo hace respetuosa y razonadamente, puede ser una interesante contribución al debate público. Es lo que ha hecho el líder de los socialistas catalanes, Pere Navarro, que suele decir las cosas con serenidad y de forma argumentada.

Además, es una idea que está en la opinión pública por diversos motivos. Y quienes se han apresurado a escandalizarse públicamente por esto, en privado seguramente piensan otra cosa. No es bueno continuar ejercitando la hipocresía.

Al fin y al cabo, la posibilidad de una abdicación del titular de la Corona está prevista en el marco constitucional. Como lo está la asunción de funciones por parte del príncipe. Entonces, la cuestión es de motivaciones y de oportunidad.

En cambio, lo que no está legalmente contemplado es la secesión de una parte del país de su conjunto, y de ello se habla a diario y se propugna por algunos como la mejor solución para resolver el llamado problema catalán.

Pere Navarro, que, frente a la dinámica “soberanista”, ya sorprendió con su propuesta “federalista” -ya recogida oficialmente por el PSOE-, ahora lanza “pública y formalmente” la petición de una “necesaria” abdicación del rey. En ambos casos no se sale del marco legal, como sí lo hace Artur Mas.

Podrá discutirse la oportunidad y la forma de hacerlo, pero está en su derecho de líder político e incluso puede que sea su obligación hacerlo.
Precisamente desde su “republicanismo” sale en apoyo de la monarquía, pidiendo su actualización: en la figura del titular con la sustitución por el llamado legalmente a sucederle cuando se dé el caso, y regulando mejor y con más transparencia la institución de la Corona.

Y lo hace Navarro desde el explícito reconocimiento de la gran aportación
de Juan Carlos I ("un buen Rey") a la restauración de la democracia y al servicio del país. Nada, pues, a objetar, en el fondo.

El momento incluso puede que sea el adecuado, dada la necesidad de abrir un proceso de regeneración política e institucional, empezando por la misma Jefatura del Estado, teniendo en cuenta la edad y el delicado estado de salud del Rey y la incidencia de cuestiones de diversa índole que le desgastan y pueden afectarle seriamente.
Esta actualización o “modernización” deberá hacerse “con serenidad y plena responsabilidad". Y añade Pere Navarro: "Creo sinceramente que el papel del Príncipe Felipe tiene que ser, o si me permiten, puede ser relevante para arbitrar los profundos cambios que requiere nuestro país. Esta segunda transición tiene que construirse sobre nuevas bases institucionales modernas y que concuerden con nuestros tiempos".
Al inmovilismo de los grandes partidos -PP y PSOE- y a la arriesgada aventura secesionista del CiU i ERC, el líder del PSC propugna una profunda reforma, incluyendo a la institución más alta. Las reacciones en contra han sido muchas, sobretodo de los partidos estatales, enfrascados en problemas seguramente más acuciantes.
Y a los partidos nacionalistas catalanes no les puede caer muy bien ya que desvía la atención de la soberanía “sea como sea”, hacia una vía legal, muy atrevida, profundamente reformadora, pero no rupturista. Si Junqueras (ERC) se está comiendo el terreno de Artur Mas (CiU), con este órdago Pere Navarro (PSC) intenta ganar terreno y protagonismo a los dos.
Es de esperar y desear que vaya más allá de una intención política doméstica y estratégica, para llegar a proyectarse en un plan viable de regeneración de ámbito estatal.





sábado, 16 de febrero de 2013

El ruido de tanta pestilencia



Habría que bajar el ruido de tanta pestilencia. Con ponerle decibelios al hedor no se gana nada. Y la vida se hace más insoportable.

Aunque quizás no sea el más indicado, Oriol Pujol pide explicaciones ante "el festival de espías, escuchas, grabaciones, seguimientos y documentos apócrifos", pero está en su derecho pedirlo Las cosas hay que aclararlas. Pero el ruido no es el mejor ambiente para ello. El ruido distrae, enmascara, tapa y distorsiona los argumentos.

Detrás del ruido se esconden, con frecuencia, culpabilidades, complicidades e intereses no siempre justificables. Seguramente por ello se pone alto volumen, a veces estruendoso, a la densa pestilencia política o social. Al hedor insoportable de la acumulación, en poco tiempo, de “festivales” de este tipo, pero sobre todo de lo que hay detrás de los mismos. Es decir, de las prácticas irregulares, ilícitas, corruptas o delictivas que inspiran o provocan estas juergas festivaleras.

Con todo, seria bueno rebajar el tono irresistible de tanto ruido con el que nos despertamos cada mañana. Hay que pedir y dar explicaciones de lo que pasa, pero no a gritos. Que las instituciones, especialmente los parlamentos y los tribunales, hagan su trabajo rápido y bien. Sería lo normal y lo deseable. Y lo exigible. Si no, ¿para qué están?

Cierto que los políticos -y no políticos- concernidos por hechos inconfesables- buscan, a veces, desesperadamente micros, altavoces y equipos de baterías festivaleras para elevar el ruido hasta ensordecer oidos y turbar mentes. Es su defensa. Pero las instituciones encargadas de hacer luz y justicia no debieran caer en la trampa.

Y los medios de comunicación tampoco. Es una tentación, cierto. Y suele dar notoriedad y beneficios. Pero el sentido ético de la profesionalidad y la razonable moderación de ser un servicio público de la sociedad, piden no pasarse. La competencia y el beneficio no lo justifican todo.

Una de las primeras lecciones que, con frecuencia, se dan en periodismo es enseñar trucos para llamar la atención del lector, oyente o telespectador. En lugar de decir, por ejemplo, “460 muertos” poner “medio millar de muertos”, o en vez de “unos 470 mil  manifestantes”, decir “medio millón”. Esto es una corrupción profesional.

Un recuerdo inolvidable del director de “El Correo Catalán”, Andreu Roselló, era su obsesión por valorar bien la importancia objetiva de las noticias para darles el tratamiento y colocarlas en el lugar que les correspondía. Con honrosas excepciones, esto se está perdiendo. Más que la noticia “información” se busca la noticia “espectáculo”. Grave error, sobre el que convendría reflexionar seriamente. Es misión de los medios informar debidamente, ser contrapoder del exceso de poder (o poderes), denunciar irregularidades e incluso destapar estercoleros, Pero los medios no están para hacer ruido.

También seria bueno que la ciudadanía rechazara el exceso de ruido. Que no se habituara al mismo. Que pusiera doble cristal en sus oídos. Y que no reaccionara a gritos de “!callaos!”, añadiendo más ruido al ruido.

Pidamos claridad, saneamiento de la vida pública. Que no haya tanta pestilencia, que embota nuestro olfato. Pero con calma. Porque, si no, al hedor a podrido le estamos añadiendo, entre todos, un ruido insoportable. Insoportable para los sentidos, para la mente y el corazón, y para la convivencia.


lunes, 11 de febrero de 2013

Un Papa inteligente



Sorpresa o no sorpresa, esto no importa. Lo relevante es la calidad de la decisión papal. Y del inteligente Ratzinger era de esperar una decisión inteligente.

Que si conservadora o progresista, tampoco es ahora lo interesante. Es una decisión realista. Reconoce públicamente su “incapacidad para ejercer bien”, y renuncia para dar paso a otro.

Es, además, una decisión “lúcida” y “coherente”, como destaca el cardenal Sistach. Y nada de “estamos huérfanos y nos llena de pena” del cardenal Rouco.

Que se hagan las cosas bien no es ninguna pena. Y no supone niguna horfandad dejar que alguien, con más “capacidad” -vitalidad corporal y una mente más al dia-, le sustituya. Es un acto de lucidez de un gran intelectual, coherente con su pensamiento. Y, además, un gesto ejemplar de humildad.
La retórica y las especulaciones son inevitables. Se hablará de soledad, de falta de control del entorno curial, de presiones de la derecha y de la izquierda... También de fracaso ante unos muy graves problemas de toda índole -morales, ideológicos, claricales, organizativos, cansancio, desgaste, etc.-. Posiblemente haya algo de todo. 

Habrá que preguntarse si un gran intelectual -como es Ratzinger- era la personalidad más adecuada para la complicadísima tarea de regir un pontificado de proyección global. Un intelectual, por naturaleza, tiende a balancearse en el reino de la especulación y la duda, muy lejano al de la dura y práctica gobernación.

Más aún si a esta condición se añaden una avanzada edad y una salud más bien débil.  Estas dudas las confesó el mismo, honestamente, justo  en el momento de ser designado. Pese a todo, ha afrontado con decisión problemáticas internas (pederastia y división en tendencias) y externas (diálogo ecuménico), de gran calado. Y ha lanzado el desafío de rearmar de valores y de reevangelizar un mundo dominado por el relativismo y el culto a lo material.

El papa Ratzinger ya no era ahora, por otro lado, el incisivo, decidido y combativo personaje que tanto influyó en el histórico ConcilioVaticano 11. El peso de la púrpura pesa mucho, demasiado. Sin duda, será criticado, incluso por sus colegas en teología, pero nadie podrá dudar de su capacidad y honestidad intelectual.

Su renuncia, como nos confiesa claramente, ha sido muy meditada y es totalmente libre. Naturalmente, debía ser una sorpresa, ya que habría sido una irresponsabilidad anunciarla con antelación o dejar que fuera objeto de chismorreo, desatando todo tipo de reacciones, algunas interesadas o frívolas. No podia ser noticia o rumurología para las tertúlias de café, disfrazadas de periodísticas, ni para el “Hola”.

El papa Ratzinger dejará digna y voluntariamente su misión dentro de unos dias, para retirarse a un convento, en un gesto con precedentes hace 600 años. Ya había dicho que renunciaría si llegaba un dia en que sus fuerzas le fallaran. No ha querido repetir el discutible espactáculo del viacrucis y la agonía televisiva del papa Wojtyla.

Y vendrá, muy pronto, otro Papa. ¿Sorpresa? Que los cardenales, o el Espíritu Santo, no “vuelvan” a equivocarse...



 

domingo, 3 de febrero de 2013

¿Hundir o salvar la nave?



Demasiado rotundo, seguramente. Rajoy puede responder por sus hechos, pero es muy difícil que pueda hacerlo por los de su entorno. Hay un consenso bastante generalizado sobre la honestidad personal del actual presidente del gobierno. Las dudas se extienden en relación a algunos personajes que le rodean, y sobretodo que le rodeaban y ahora se vengan.

La gravedad de las acusaciones requerían un desmentido claro. Más claro que rotundo. La rotundidad no siempre favorece la claridad. Respecto a su defensa personal, de su figura pública y privada, Rajoy ha estado bastante convincente. Y la opinión popular así parece percibirlo. Ya es importante, pero no suficiente.

La honestidad de una persona, de un jefe, no comporta ni ampara la de otras de su equipo actual o anterior. Pretenderlo, sería un error. De aquí la reacción del líder de la oposición, Rubalcaba, al acusar a Rajoy de “enrocarse”, de colocarse a la defensiva con todos los suyos, sin admitir posibles casos reprobables. Esto, además de peligroso, contribuye a respuestas también contundentes.

Y no son precisamente actitudes de rotundidad y contundencia verbales las que requieren las actuales circunstancias de comprensible irritación por la corrupción muy generalizada, de mutuas acusaciones muy subidas de tono en el terreno político, y de gravísima crisis económica y social. Añadir más leña al fuego no conducirá a ninguna solución. Debe limpiarse, con celeridad y firmeza, el terreno ensuciado por tanto comportamiento personal e institucional irregular y delictivo. Pero, sin demorar esto, lo prioritario de toda prioridad, es salvar la nave, en lugar de hundirla.

Parece, sin embargo, que se hace todo lo contrario, consciente o inconscientemente, en nombre de un “patriotismo” que cada cual interpreta a su manera. Es patriótica, ciertamente, la denuncia de la corrupción rampante y que lo enmierda todo; es patriótico exigir todas las responsabilidades, caiga quien caiga; es patriótico, incluso, indignarse e irritarse y mostrarlo públicamente, como terapia social y para que se enteren quienes deban enterarse sin discriminación. El límite sensato es no quemar la nave y que no nos hundamos todos.

En estas reacciones airadas comprensibles, hay que distinguir bien lo razonable de los intereses más o menos ocultos. Intereses del partido gobernante en mantenerse; intereses de los partidos de la oposición en ganarle terreno en este rió revuelto; intereses de los protagonismos personales bastardos; los intereses localistas sobre los generales; intereses de algunos medios en aumentar audiencia y ventas a costa de lo que sea. Denunciar todo esto también es patriótico.

Pero la máxima urgencia, la primera prioridad, es el bien común de un país y unos ciudadanos que flotan en salvavidas o ya sin salvavidas en medio de una tormenta económica y social, y a la que se está haciendo frente como se puede a costa de muchos sacrificios. No es hora de echar más leña al fuego ni de echar más agua dentro del barco para que acabe hndiendose con todos dentro. Es la hora de la supervivencia para salir a flote lo antes y mejor posible.

Para ello hay unas instituciones -políticas, legislativas, jurídicas y gubernamentales- que, pese a todos sus inadmisibles defectos, es necesario que sigan funcionando. Ni el “enroque” del Gobierno, en su defensa a ultranza; ni la demagogia de cierta oposición irresponsable; ni la voracidad de unos medios frívolos o poco sensatos; ni la algarada callejera más o menos dirigida u orquestada, contribuyen a aclarar nada ni a aderezar el rumbo de las cosas.

O somos capaces, entre todos (aún tragando sapos), de alzar el estandarte del “seny”, la sensatez, por encima de todas las olas embravecidas de la mar revuelta, o, al final, por todos “doblarán las campanas”.