Se olvida lo que es obvio. No es misión de los
medios hacer política partidista. Ni de los partidos gubernamentales ni de la
oposición. Cuando caen en este error, se convierten en simples boletines
partidarios. Dejan de ser medios periodísticos de comunicación para ser
intrumentos de propaganda.
Ya no sirven al interés general, sino al de la
fuerza política afín, y principalmente de sus dirigentes. Ni siquiera se
preocupan de evitar su censura, ya que incluso se someten voluntariamente a su
servicio. Bien por convicción de sus directivos -empresariales o periodísticos-
, bien a cambio de soporte financiero.
Si es por convicción, estamos ante un caso de
sectarismo, Si es por dinero, se trata de una venta deshonesta de la mente.
Ninguno de los dos casos responde a los principios de objetividad e
independencia de la profesión periodística.
No es una novedad histórica, pero parecía que íbamos
hacia la superación de estas servidumbres con la profesionalización del
periodismo, integrado en los estudios universitarios y en colegios
profesionales. Incluso con brillantes códigos de ética solemnemente
proclamados, a los que casi nadie hace caso.
Al contrario, asistimos a ciertas prácticas de
algunos medios que actúan como “brazos armados” o “brazos mediáticos” de
partidos políticos. No solo son portavoces de sus ideologías, sino incluso de
sus consignas, aquello que tanto repudiamos del franquismo. Más aún, hay medios
que colaboran en el juego táctico de las luchas partidistas, como simples
instrumentos innobles de sus obscuros regateos y enfrentamientos de poder o
intereses. Asqueroso.
En estos casos, ¿dónde está su dignidad? ¿Qué credibilidad
pueden tener ante la opinión ciudadana? La respuesta está, lamentablemente, en
encuestas recientes que casi equiparan la credibilidad de los medios a la de
los políticos. Que mal servicio a la sociedad y a la democracia. Hay que
reaccionar, compañeros!
Y hay que reaccionar, ¡también!, amigos lectores. No
todos los medios son iguales, por fortuna. Conviene saber distinguir. Porque
hay, principalmente, dos grupos bien definidos de lectores.
Hay lectores, o telespectadores o radioyentes, que a
la hora de escoger un medio sólo buscan aquel que les confirme y halague en sus
ideas, creencias o sentimientos. Con ello no enriquecen sus conocimientos ni
sus opiniones, solamente se sienten complacidos. Esto es empobrecedor y no se
inmunizan de las posibles manipulaciones de su medio preferido.
Otros lectores, por contra, buscan contrastar sus
informaciones y opiniones con diversos medios de comunicación, distintos y a
veces contrarios a las propias convicciones. Esto es abrir la mente, esto es
enriquecedor. Hacen caso al filósofo Balmes cuando alertaba a los lectores de
“un solo libro”. Y, además, saben hacer una lectura crítica de los medios
escogidos.
Mientras los lectores del primer grupo contribuyen a
ha creación de una sociedad cerrada y monolítica, propensa al dogmatismo, a la
intolerancia y las corruptelas, los del segundo grupo ayudan a la formación de
una sociedad abierta, dialogante y saneada, y, al mismo tiempo, a que el
sistema comunicativo sea más plural, representativo de la sociedad y transparente
de la verdad de las cosas.
A la denuncia del servilismo político y del
sectarismo de ciertos medios, hay que añadir esta otra denuncia del
comportamiento ciego -la “fe del carbonero”-
de algunos lectores, radioyentes o televidentes, que no ayuda al saneamiento
social y del sistema comunicativo, pieza fundamental de la democracia. Todos
compartimos responsabilidad.
.