Comentarios y Análisis de Política

lunes, 20 de mayo de 2013

El grave error de We


Es paradójico que la discusión sobre una ley de educación lleve a actitudes flagrantes de mala educación. Una norma que nace así lleva  en su seno el espíritu de contradicción. No es, por tanto, nada prometedora. Y como está aún en fase de proyecto, hay tiempo para corregir el error.

Que a raíz de esta polémica el eurodiputado popular Vidal Quadras califique a los dirigentes nacionalistas catalanes de “chusma” no es precisamente educativo ni tolerable. Como no lo es que el president Artur Mas, al referirse a los miembros del gobierno del Estado, les llame despectivamente de “esta gente” y utilice, como ya empieza a ser habitual en el, un lenguaje de guerra.

Se está resucitando, lamentablemente, aquella nefasta dialéctica falangista de “los puños y las pistolas”, con una dialéctica de mutuo desprecio, ofensa y de enfrentamiento belicista, que a nada bueno puede  conducir. Quienes en actitudes tan bajas e incluso verbalmente  violentas caen merecerían que la opinión ciudadana y el voto de los electores les marginaran de la política. Hacen un pésimo favor a la política y a la convivencia.

La gestión del ministro Wert, en el proceso de elaboración de la nueva ley, ha sido claramente provocativo. En un tema tan sumamente importante y sensible, no se puede tener una actitud impositiva y desafiante. Son muchos los factores, puntos de vista e intereses a tener en cuenta. No hacerlo, o al menos intentarlo seriamente, provoca contestación y rechazo. Que es lo que está ocurriendo.

Tampoco puede tratarse con la frialdad y asepsia de un ensayo de laboratorio. La educación escolar no es un asunto de probeta. Ni siquiera de frió análisis sociológico, materia de la que el ministro Wert es especialista. Es algo mucho más complejo, humanístico  y vital. Incluso en aquellos aspectos en que Wert pueda tener razón, que los hay, la manera de explicarlos no es la que ha utilizado. Le ha puesto más pasión y desafío que razonamiento. Y no digamos cuando se trata de materias de lenguas y de religión, que resultan explosivas.

Este, pienso, ha sido el grave error del ministro Wert: no tener en cuenta las distintas concepciones ideológicas, pedagógicas, y arraigos tradicionales y de territorio en materia educativa. Cuando la señora Cospedal dijo –inoportunamente, en este caso- que la educación ha de servir para que hacer que los jóvenes “amen a su patria”, no tuvo en cuenta que dentro del Estado español para muchos hay varias patrias, cuya convivencia dentro del mismo son compatibles. Es un error pretender “españolizarlo” o “castellanizarlo” todo. Oficialmente se está demasiado lejos de la “España plural” -invocada por el Rey- o de “la nación de naciones”-como propugnaba Maragall-, que permitirían una mejor convivencia y más fructífera.

Esta concepción -encajable en el marco consttucional y que sería una culminación federalizante del Estado autonómico- está siendo bombardeada ferozmente -y con miopía- desde el centralismo españolista y desde los nacionalismos rompedores. En  esta línea están tanto destacados personajes del PP como del PSOE, por citar los dos grandes partidos, como los señores Vidal Quadras (prisionero de algún rencor) y Artur Mas (rehén voluntario de Junqueras). Hablar de “esta chusma” y de “esta gente”, como de “estamos en guerra” y “moral de victoria” es aberrante e impropio de políticos, que se descalifican a si mismos.

Entrar en esta dinámica del enfrentamiento, en lugar de agotar las vías del diálogo y ser sensible a las distintas propuestas razonables, ha sido el error de Wert. No se trata de renunciar al programa de un partido legitimado para gobernar, porque ha obtenido en las urnas una amplia mayoría absoluta en el ámbito estatal, sino de saber escuchar y atender, en lo posible, los argumentos razonables de otros representantes de la ciudadanía, especialmente si han logrado el respaldo mayoritario en sus territorios. La unidad esencial o troncal del Estado no se rompe incorporando las legítimas diversidades; se rompe cuando no se las tiene en cuenta, se las margina o se las intenta borrar como a un garabato en un cuaderno escolar.

Hay tiempo para la enmienda, en el trámite parlamentario, señor Wert. Sean razonables y no hagan, de esta ley, munición para el desafío bélico, señores Rajoy y Mas. Gobiernen con realismo y no sean insensatos.






lunes, 13 de mayo de 2013

Esquivo Rajoy y chulería de Mas


 
Elocuentes  las fotos de la coincidencia de Artur Mas y Mariano Rajoy  en la inauguración del Salón Internacional del Automóvil, en Barcelona. Los gestos con frecuencia delatan  el estado de ánimo. También un gesto, a veces, vale más que mil palabras.

Así ocurrió en este caso. Se guardaron las formas -¡faltaría más!-, pero la actitud nerviosa y arrogante del president Mas contrastó visiblemente con la del presidente Rajoy, aparentemente más natural y cercana, incluso algo  tímida. Siento constatarlo, porque legalmente ambos son mis presidentes y siento más próximo el catalán que el estatal, aunque sea -y no solo- por razones de la distancia.

A los dos quiero considerar inteligentes y preparados, aunque las dificilísimas circunstancias en que les toca gobernar -y que les desbordan- invitan a pensar otra cosa.  En todo caso, ninguno de los dos me satisface, si bien esta apreciación personal no tiene ninguna importancia. Los dos son  demasiado conservadores y nacionalistas, cada uno, ¡claro!, desde su posición y óptica respectivas.

Y en cuanto al talante, Rajoy es excesivamente esquivo respecto de la opinión pública y los medios de comunicación,  Y Mas peca de actitudes un tanto chulescas precisamente ante los medios y la opinión pública. Cada uno utiliza sus armas.

Seguramente, el enorme peso de las responsabilidades del presidente del Gobierno le hacen más reservado y parco en palabras de lo que muchos desearíamos y quizás sería conveniente para fortalecer su liderato. Y no hay duda de que al president de la Generalitat, de brillante oratoria, su permanente presencia ante la opinión pública y en los medios de comunicación que controla, le es imprescindible para el apostolado independentista, que ha convertido en la cruzada de su vida y que se empeña en que sea el de toda la sociedad catalana, por difícil que esto sea, dada la pluralidad demografía e ideológica de Catalunya, y también si hay que hacer caso de las encuestas.

La mal disimulada timidez y la actitud esquiva de Rajoy, en la forma de gobernar, que no coinciden con su campechanería y cercanía en el trato personal (recuérdese, incluso, su éxito en el programa televisivo “Tengo una pregunta para usted”), tal vez sea eficaz a la hora de tomar algunas decisiones duras, pero sin duda debilitan su imagen del líder político fuerte e incuestionable que el país necesita en estos momentos.

La actitud altiva y desafiante, de Artur Mas, explicable desde su objetivo muy difícil o de “misión imposible”(al menos por ahora), le presenta como un líder decidido y convencido, capaz de arrastrar masas, pese a sostenerse en suelo movedizo y con fuertes vientos en contra. Es una actitud más voluntarista que realista. Como la de aquel predicador que me confesaba que si gritaba tanto desde el púlpito era para convencerse a sí mismo. Y tiene razón el periodista Jordi Barbeta cuando dice que al gobierno de Mas antes le interesa gastar en la gubernamental TV3 (para la causa soberanista), que en otras cosas; y esto explica el sentido de ciertos recortes en los presupuestos. Ante todo la propaganda.

Las fotos de Rajoy y Mas en el Salón del Automóvil, de Barcelona,  evidenciaron una vez más estas dos actitudes, reveladoras de distintos estados de ánimo y de estrategias enfrentadas. A Rajoy se le veía esforzarse en mirarle a la cara a Mas y este le esquivaba la mirada. Mariano,.hipócrita o diplomáticamente, intentaba desenvolverse como si nada pasara, pese al choque por la Declaración soberanista del Parlament y su suspensión por el Constitucional, mientras Artur ensayaba aires de superioridad, marcando mentón y con miradas por encima de todos, rayando a lo chulesco.

Lo siento, señores presidentes, pero si no logran siquiera mirarse a la cara, ¿cómo van a dialogar, más allá de hablar de déficit y dinero, mientras por detrás uno quiere marcharse rompiendo la convivencia y años de historia, y el otro, simulando una rara y esquiva sonrisa, le cierra todas las puertas?