Wifredo nació en 1930, vivió la Guerra Civil —de la que conserva claros
recuerdos—, estudió Derecho y se hizo periodista en la Barcelona de la
dictadura. Fue una de las voces críticas con el régimen dentro de lo que cabía.
Conoció la pluma y el tintero, la máquina de escribir y el ordenador. Con 84
años todavía escribe periódicamente en una docena de publicaciones y es un
activo usuario de Twitter. Siempre me han resultado interesantes las
palabras de los mayores. Y no porque obligatoriamente tengan que venir cargadas
de sabiduría —en todas las épocas existieron los ignorantes—, sino por la
capacidad que tienen de sacarnos de nuestro ángulo de visión habitual. En este
caso, la lucidez venía de serie.
Por
Antonio Montesinos
¿Cómo te marcó trabajar en la dictadura?
He ejercido el periodismo durante el franquismo, la transición y la
democracia. La dictadura fue como una vacuna para mí. Siempre me rebelé ante
ella. Soy rebelde por naturaleza, incluso mi familia me lo reprocha en muchas
ocasiones. La dictadura no hizo sino agrandar mi rebeldía y sentido crítico,
lógicamente con los condicionantes de la época. El principal escollo a sortear
era la censura. Aquella censura de lápiz rojo, ridícula en muchas ocasiones.
Recuerdo que una vez me devolvieron un artículo donde se podía leer:
no
publicable por falta de entusiasmo (risas).
Tu familia era religiosa. No es de extrañar en una época donde la
Iglesia era omnipresente. ¿Te influyó de alguna manera? ¿Eres
creyente?
Soy practicante a medias. Digamos que quiero creer. Mi sentido crítico ha
influido mucho en esta decisión. Me crié en un ambiente religioso. No diría que
fuera un ambiente laxo, pero sí donde gozábamos de bastante libertad. Mi familia
nunca me condicionó, nunca me apretó en ningún sentido. Se trató de un proceso
de ósmosis, no de imposición.
¿Para qué te sirvió estudiar derecho?
Para mucho. Sobre todo para adquirir precisión a la hora de escribir. También
influyó en mi impulso a la ley de prensa, la conocida ley Fraga. Mi formación en
derecho me ayudó cuando me pidieron asesoramiento para esta ley. Al mismo tiempo
me sirvió para dejar clara la diferencia entre legalidad y legitimidad, algo que
está muy de moda últimamente.
¿Te ha llegado a quedar clara esa diferencia?
Creo que sí. La legalidad válida es la democrática, no la que teníamos en la
dictadura. Aquello era pseudolegalidad. La legitimidad no puede ir contra la
legalidad democrática. La democracia habla de juego limpio, de la voz de la
mayoría y su respeto a las minorías.
Te alejaste de la justicia porque no te gustó lo que viste
allí…
Siempre me he preguntado si soy más hombre de derecho que periodista. Empecé
como abogado y durante ese periodo llegué a la conclusión de que ese camino no
llevaba a la búsqueda de la justicia. Aquello me decepcionó. Viví aquel tiempo
con demasiado idealismo y muchas de las cosas que encontré me llevaron a
comprender que una cosa era aplicar la ley y otra impartir justicia. Comprendí
que había que cambiar las cosas desde otro frente y ese frente era el
periodismo. Cuando Eugenio Gay, vicepresidente del Tribunal Constitucional, me
impuso una medalla en el Colegio de Abogados me dijo que se trataba de un
reconocimiento como abogado de la sociedad precisamente por mi trabajo de
periodista. Esto lo resume todo un poco.
¿Con el paso a la democracia las leyes han dejado de ser
injustas?
No. Pero tienen legitimidad de origen. El contenido no tiene por qué ser
justo y entonces hay que cambiarlo, pero siempre dentro de un marco
democrático.
Siempre te has caracterizado por un profundo sentido crítico. Mucha
gente te ha definido así…
Sí. Esto es muy importante. El periodista tiene que ser i
ndependiente. Tanto
que incluso debe ser independiente de sí mismo. De sus propios intereses, de sus
prejuicios, de su entorno, de su familia, de su empresa… Si es necesario, el
periodista debe perjudicarse. Esto sólo se puede romper por una causa mayor, de
supervivencia.
¿Ese sentido crítico te ha traído problemas?
Recibí muchos palos. Sortear la censura no era fácil. Se trataba de buscar
las rendijas y contradicciones del sistema para colarte por ellas. Tengo la
satisfacción de haber sido nombrado periodista español del año por el Diario
Pueblo en 1968. Mi columna en El Correo era replicada por muchos periódicos
españoles de la época precisamente porque les servía para quitarse de encima esa
labor incómoda de criticar al régimen.
¿Qué te pasó con Fraga?
Me llamó una tarde para que compareciera el día siguiente a las diez de la
mañana en su despacho. Le respondimos que no era momento para encontrar billete
de avión y a la hora y media teníamos el billete sobre la mesa del director.
Fraga me recibió de pie, sin darme la mano y sin mirarme. Lo primero que me dijo
fue:
Wifredo, si quiero te puedo silenciar. Yo le respondí:
Usted
es el ministro. Este fue mi primer choque con el poder.
¿Por qué fue aquello?
Por una tontería. Las cosas del régimen. Salomé tenía una canción preciosa
que se llamaba
Se’n va anar —Se fué— que después tradujo y cantó en
castellano. A mí no me gustó la versión en castellano y a raíz de aquello
publiqué un artículo llamado así,
Se’n va anar, con doble intención.
Fraga me confesó que el asunto había aparecido en el consejo de ministros del
día anterior. Posteriormente a eso, Fraga le dijo al director de El Correo en
una comida que había que
desespinizar el periódico (risas). De todas
formas mi relación con Fraga pasó por distintas fases a lo largo del tiempo.
¿Qué escuela tuviste a la hora de aprender ese discurso entre líneas
propio de la dictadura?
La práctica. Era una forma de sacar toda mi rebeldía interior. Comenzaba los
artículos con la tesis literal de la consigna a narrar. A lo largo del artículo
iba desgranando los peros y matizaciones a esa consigna hasta que al final casi
insinuaba lo contrario. Esa fue mi escuela. Tuve la suerte de tener un director
como Andreu Roselló que me permitió hacer de todo. Nunca me cambió nada. Cuando
algo no le gustaba nos sentábamos a discutirlo, pero nunca tocó una palabra.
También hay que decir que aquel estilo crítico servía para que el diario se
vendiera bastante bien, por lo que los dueños del periódico eran bastante
condescendientes conmigo. Evidentemente porque les interesaba. Todo esto me fue
envalentonando un poco y por eso seguí con esta línea. Recuerdo que algunas
veces tenía que volver a casa escoltado porque incluso tuve amenazas de la gente
de Fuerza Nueva. De todas formas nunca llegó la sangre al río.
Sueles decir que tienes un gran sentido de la catalanidad sin ser
nacionalista. Explícamelo…
Siempre he defendido que todo
ismo que se añada a la catalanidad es
reducir el campo de entendimiento con los demás. Irse encerrando. Yo entiendo
por catalanidad un conjunto de señas de identidad —lengua, costumbres,
mentalidad— que son distintas al resto. Sobre todo distintas a las castellanas.
Todo esto configura una nacionalidad cultural catalana. En esto coincido con el
padre Baitllori, historiador jesuita. Pasar del nacionalismo cultural al
nacionalismo político es otra cosa. Todo nacionalismo tiende a crear una
estructura política para defenderse. La cuestión es dónde están los límites de
esta estructura. Si podemos respetar estas características culturales no es
necesaria la independencia política. Llegar a un acuerdo de independencia lo veo
difícil. Defender la nacionalidad cultural catalana es posible sin la
independencia.
Has dicho que cualquier militancia está reñida con el periodismo. ¿Se
incluye también la militancia en ese nacionalismo cultural?
Una cosa es la militancia y otra el sentimiento de pertenencia. Cuando hablo
de militancia me refiero al sentido proselitista del término. No hay necesidad
de dejar a un lado el nacionalismo cultural para hacer buen periodismo. El
periodista debe ser libre, debe intentar la honestidad y buscar la
interpretación más lógica de los hechos. El militante busca la imposición. Hay
que dejar a un lado esas militancias, incluso las religiosas. Ahora, el
sentimiento de nacionalismo cultural forma parte del ser de una persona. Otra
cosa es militar en el sentido de querer imponer a los demás. Por ahí no.
¿Qué piensas del periodismo actual?
Me parece excesivamente frívolo en gran parte. Demasiado de trinchera,
demasiado militante. Poco distante. Actualmente escribo artículos en una docena
de periódicos y de ninguno cobro nada. Puede que alguno no me publique el
artículo, algo que no suele pasar, pero esto me hace procurar mi independencia
de lo que digo. Si escribiera sólo para un medio no podría decir las cosas que
digo. Tampoco si escribiera a diario. Esto da una libertad de espíritu
tremenda.
¿No es un poco decepcionante que después de tantos años de dictadura
muchos medios sigan siendo tan sectarios a pesar de las libertades
conseguidas?
Sí. La pluralidad actual es un hecho. Aquello del famoso oásis catalán no es
más que un espejismo. Se trata de un foco de amiguismo. Se necesitan mecanismos
de control porque ni los medios públicos cumplen realmente con su cometido ni
los privados tampoco. Lo que ocurre es que los mecanismos de control están
diseñados por los propios políticos. Tal como están estos sistemas no
funcionan.
Si decepcionante es encontrarse con medios demasiado sesgados también
lo es comprobar que la democracia, aquello que nos vendían como remedio a los
desmanes de la dictadura, también hace aguas por muchos sitios…
Siempre nos han dicho que es el sistema menos malo. Yo creo que el sistema es
mejorable, pero lo que hay que cambiar es la plasmación de la democracia. La
democracia es un espíritu, una forma de entender la vida y hay que hacer las
leyes conforme a ese espíritu. A este respecto tengo un libro titulado
La
democracia inacabada.
¿Qué le falta a la democracia?
Primero que sea vivida por demócratas. Y que la ley se adecúe al espíritu
democrático.
Creo que vivimos una época bisagra, Wifredo. Mi generación va a ser
testigo del cambio entre una forma de hacer las cosas, la que tú conociste, que
no tiene absolutamente nada que ver con la forma en la que ya empiezan a hacerse
las cosas hoy. Las historias que me contaba mi padre a mis hijos les parecerán
ciencia ficción.
Es verdad. No es lo mismo que te lo cuenten a vivirlo, pero es cierto ese
cambio. Lo que te dan los años es cierta tolerancia y comprensión de las
personas y las situaciones. Los fallos de ambas épocas descansan en la condición
humana, lo que ocurre es que esos fallos no deben prevalecer. Esto depende de la
educación en un sentido amplio: familiar, ambiental, social, etc.
Pues se me han acabado las preguntas, Wifredo. No sé si hay por ahí
algo que te dejas sin contar…
Sí. Hay una cosa que se dice cuando muere alguien conocido… y es aquello de:
era alguien comprometido. A mí esta frase me da escalofríos (risas).
¿Por qué?
Porque el hombre comprometido siempre sirve a su compromiso. Lo importante no
es servir a lo que te has comprometido, sino a la sociedad. Además, el
compromiso es algo que puede variar. Yo he conocido a falangistas que daban
clase en la universidad con la pistola encima de la mesa y que depués fueron
respetables demócratas. La libertad de variar, honestamente, con argumentos
suficientes, no se le puede negar a nadie. Eso que se llama compromiso no puede
nunca interferir con la honestidad, la objetividad ni el respeto a la esencia
del periodismo. Cuidado con esto.
Gracias por tu tiempo, Wifredo.
Gracias a ti. Lo que más me ha llamado la atención de tu página han sido las
entrevistas. Ten en cuenta que las entrevistas son diálogo y el diálogo es
enriquecedor siempre que sea sincero, honesto y radical. Siempre que surga de la
raíz de la propia personalidad. El resto es pantomima