Mientras unos dirán que era ‘lo esperado’, alegando que es un tribunal “político”, otros se rasgaran las vestiduras con el argumento de que viene a echar “más leña al fuego” en el debate y los gestos sobre el llamado “proceso catalán” hacia la independencia. Todos tienen parte de razón. En estos momentos, no viene precisamente a calmar los ánimos, pese a ser una sentencia muy matizada, equilibrada y razonable.
Sin conocer aún, al redactar estas líneas. el texto
completo de la sentencia, está dentro de lo que cabía esperar del máximo órgano
encargado de interpretar la Constitución, la cual no es un texto solo ni
estrictamente jurídico o político. La Constitución es un texto político,
consensuado y aprobado democráticamente de forma masiva por los ciudadanos -de
manera muy destacada en Catalunya- , con efectos jurídicos, como toda carta
magna. Y el Tribunal se mueve en este terreno al ejercer su función
interpretativa.
Otra cuestión es la composición de este órgano, muy
ligada al juego político de mayorías y minorías en el Congreso y el Senado, de
acuerdo con los resultados electorales. Esta circunstancia, ciertamente, puede
dar pié a sospechas de poca imparcialidad, pero esto se solventaría modificando
la legislación que regula su composición y funcionamiento. Mientras esta
modificación no ocurra, sus decisiones forman parte del marco del Estado de
derecho que tenemos.
En el fallo, por un lado, se declara
'inconstitucional y nulo' que Cataluña sea un 'sujeto político y jurídico
soberano', como disponía la Declaración del Parlament. Y por otro, considera
constitucionales las referencias al 'derecho a decidir' como una aspiración
política, siempre que se interprete conforme al marco legal.