En
el desierto de políticos merecedores de este nombre, Albert Rivera,
pese a no llagar a aprobado (como todos los demás), es el mejor
valorado en las últimas encuestas.
Con
ideas claras, exposición de las mismas de forma entendedora, un
programa moderado, avanzado pero realista, con capacidad de diálogo
y pacto, demostrada, y buen talante para llegar a la gente, es el
mejor líder político que tenemos.
La
actual polarización política extremista de las demás fuerzas
políticas, pueden ofuscar su buena estrella, más propia para
alumbrar un camino con posibilidades de buena gobernación, pese a su
juventud que cada día aparece más madura.
En
poco tiempo -podemos decir- ha nacido un líder político con el que
habrá que contar sin duda, salga lo que salga de las urnas del 26 de
junio. Ha demostrado decisión, coraje , preparación y buen hacer.
Combativo,
desdeña el lenguaje populista, barrio bajero, descalificador e
insultante, tan en uso por desgracia de la dignidad de la política.
Eso le gana simpatía y credibilidad en las capas sociales medias,
que normalmente deciden las contiendas electorales no crispadas.
Si
esta campaña se radicaliza aun más, como parece, puede que Rivera
quede engullido por el torrente fangoso de un politiqueo sucio y
visceral Pero también puede suceder, al contrario, que el votante
sensato, enemigo de aventuras y partidario del cambio sosegado, sobre
todo hacia una regeneración de la política y de los políticos, se
decida racionalmente a otorgarle su confianza.
Se
lo merecería, seguramente seria una buena opción para el país, al
menos para decantar la balanza hacia un mayor equilibrio político y
social. En todo caso, lejos de extremismos y de ensoñaciones vacías
y peligrosas, ha nacido un líder de fuste a tener muy en
cuenta.