Las
cosas no ocurren por que sí. Desde hace años, Catalunya ha sido casi abandonada
por el Estado y el Gobierno central. Parecía como si fuera otro territorio, casi
distinto. En ocasiones se han tenido gestos excepcionales de buen trato, casi de
privilegio. Pero no de normalidad.
Ni
el Estado ni el Gobierno han transitado ni tratado el territorio catalán de una
manera normal, ni siquiera como está establecido en la Constitución. Siempre ha habido cierta prevención
y algunos reparos injustificados para hacer política nacional aquí. Y tierra donde
no se transita con habitualidad, nacen hierbas de todas clases, como en la
parábola evangélica del trigo y la zizaña.
Ha
sido en gran error. Y pese a lo que se diga, en el mandato de Rajoy se ha acentuado
este distanciamiento y enfrentamiento. Se ha abierto un abismo, que ahora no se
sabé como afrontar, ni política ni jurídcamente, para no avivar más el fuego.
No se trata de aplicar las leyes –que tambén-, sinó sobre todo de establecer
una convivència normal. Y no se ha hecho, sinó lo contrario.
Si todo era el mismo Estado, debía verse y vivirse así, como dicen el sentido común y dispone el marco jurídico básico general, que establece el reconocimiento de las singularidades de nacionalidades y regiones, distribuyendo –con insuficiència y poca claridad, ciertamente- las respectivas competèncias y atribuciones, según se decidió democráticamente, en una norma
Constitucional
perfectible, y a perfeccionar con urgencia.
Parecía,
a veces, que para que el Estado, del que la Generalitat forma parte aunque lo
olvide, pudiera realizar aqui sus normales funciones, antes debiera pedir permiso
y quitarse los zapatos para no contaminar un país sagrado. ¿Sentimentos de inferioridad
o superioridad? ¿Desconocimiento desde la capital del terreno que se pisa? ¿Comodidad,
ya que desde las poltronas de Madrid, se vive muy bien?
Donde
hay un vacio, alguien lo ocupa. Y es lo que ha ocurrido en esta parcela, tan apatecible
y apetecida, de Catalunya. Desde siglos, hay tierra abonada a las reivindicaciones,
con razones o sinrazones de más o menos peso. Muchas veces, empero, con toda razón. Y últimamente
se han acentuado y el victimismo ha encontrado, como otras veces en la historia,
caldo de cultivo y líderes que han sabido avivar y aglutinar sentimientos respetables
y deseos legítimos (que con frecuencia confunden con sus intereses partidarios
o personales), en movimientos contra los demonios centralistas estatales.
Y,
aunque aun no parecen mayoritarios, así estamos: a golpes de Constitución y de
desafios de corta mirada, quizás suicida. Pujol (cuando era buen chico),
Maragall (el denunciante del 3 % y el nuevo Estatut) e incluso el grisaceo
Montilla, equilibrabran ilusion patria y sentido práctico; Mas y Puigdemont, en
lugar de gobernar, se han aliado con el griterio de la calle (que han alentado,
con Forcadell, Muriel, Sanchez, etc.) para
echarse, al dictado de la Esquerra de Junqueras
y Companys y de la CUP, al monte de la aventura infinita
Allà
–en el centro de la Meseta,bajo un sol de mata camello- están el Estado y el Gobierno
estatal, y aquí queda el abandono de la política en grande, y, por tanto la reivindicación,
la protesta y el desafio descarado y creciente. Acabará mal. ¿Quien tiene la
culpa?