Comentarios y Análisis de Política

miércoles, 23 de febrero de 2011

Las lágrimas de Esther

Y a Esther se le soltaron las lágrimas. La redactora-jefe de internacional del diario se puso pálida y temblorosa al oír las ráfagas de Tejero, que resonaron por toda la redacción de El Correo Catalán, y ante la escena televisada de lo que ocurría en el Congreso, aquel 23 de febrero de 1981, se puso a llorar. Los demás, perplejos y asustados; llorábamos por dentro. ¿Se había terminado la incipiente democracia?

Aquellas lágrimas vivas de Esther tenían sentido, entonces y ahora.

Entonces, porque por unas horas pareció que se había acabado con un sueño de convivencia democrática, larga y dolorosamente esperado, que acababa de llegar. Que se había acabado bajo las espectaculares ráfagas de metralleta de unos exaltados militares que secuestraron el gobierno y el parlamento, pero también por la incapacidad de unos partidos políticos que por su inmadurez (UCD), por sus prisas de llagar al poder (PSOE) y por su afán reivindicativo (nacionalistas) habían creado un gran malestar y un caldo de cultivo para una gran trama conspirativa, de la que se sabe casi todo, pero no todo.

Y ahora, porque es de llanto constatar que se abusa, por falta de responsabilidad, de unos y otros, de los bienes e instrumentos que nos ha aportado la democracia (libertad de expresión y de asociación social y política) para socavar la misma convivencia democrática, mejor o peor conformada en un Estado de derecho, mejorable pero que hay que acatar. La confrontación ideológica derecha-izquierda deriva demasiadas veces en guerra de trincheras, y las concepciones sobre las distintas formas posibles de Estado –centralismo y descentralización- se deslegitiman al caer en sectarismos irreductibles.

La gravísima crisis económica, que ya es también profundamente social y política, puede actuar de revulsivo para despertar el necesario sentido de responsabilidad de todos, pero también podría ser un acicate disgregador para un sálvese quien pueda. Ya no se debe esperar que, como en aquella dramática madrugada, el Rey salga por televisión desautorizando el golpe y llamando a la serenidad. A tantos golpes bajos a la convivencia democrática que están proliferando, son las élites de la sociedad las llamadas ahora a asomarse a todas las pantallas (del civismo, la cultura, el pensamiento, la política, la comunicación, etc.) reclamando más responsabilidad y sentido común.

Las lágrimas de Esther siguen manando...

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