La
Monarquía, en si misma, no es democrática, sino solo en la medida que sea
aceptada y sea útil para permitir que la democracia exista, funcione y
permanezca. La opción republicana es más racional, pero no siempre cumple
aquella triple utilidad, como bien nos enseña la historia, que también muestra
defectos y errores de ambas instituciones.
Que
se reabra ahora el debate de si Monarquía
o República es normal y explicable, pero con casi cuarenta años de experiencia
contrastada, no parece lo más adecuando en un momento de una compleja
problemática acumulada. La libertad de expresión de ideas y preferencias, en
los medios y aun en la calle, no puede ni debe ser coartada, precisamente esto
es posible bajo la actual fórmula monárquica.
Lo
razonable sería que las dos opciones -Monarquía o República- algún día pudieran
someterse al voto expreso y directo de la ciudadanía y no dentro de un paquete
de reforma constitucional, como se hizo y quizás se volverá a hacer. Como, por
otra parte, seria también razonable que la vinculación entre los pueblos de un
mismo Estado alguna vez pudiera ser sometida a la decisión libre y responsable
de la gente. Seria, en principio, lo ideal que el marco constitucional lo
permitiera y regulara.
Lo
peor será acumular problemas vidriosos y de tal envergadura en un contexto de
profunda crisis, con ambiente de descontento y de rechazo a casi todo. Claro
que ‘a rió revuelto, ganancia de pescadores’. Y, como se ve, siempre hay
alguien al acecho para pescar en aguas turbias.
Lo
sometido directamente a elección resulta, por principio, más democrático. Pero
una excesiva radicalidad en este planteamiento, nos llevaría a rechazar a
nuestros propios padres y hermanos, en el ámbito familiar, porque no los hemos
elegido; como también, en el terreno social, a nuestros vecinos, que tampoco
los hemos escogido.
Hay
mucho de discutible en el origen y ejemplaridad de nuestra monarquía, así como
en el momento de plantear la abdicación, pero es más cierto que la institución
monárquica fue y ha sido popularmente aceptada -principalmente por sus
méritos-, ha sido útil y está formalmente consolidada. Así las cosas, todos los
debates son lícitos y necesarios, pero sobrará toda crispación y oportunismo,
que empiezan a asomar.
Lo
deseable es que, sin ahogar deseos o clamores de mejora, sino todo lo
contrario, las instituciones funcionen con la normalidad democráticamente
prevista y establecida en su día por la voluntad popular. El debate es
explicable, interesante y lícito, pero seguramente en este momento ‘no toca’,
ni resolverá nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario