Hay en el discurso del nuevo rey, una afirmación que
no debiera pasar inadvertida, pese a que nadie la comenta. Y seguramente es la
única novedad relevante.
Es cuando dice, textualmente, que “las exigencias de
la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He
sido consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta
y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete
de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos”
Es decir, que más allá de les establecidas
exigencias constitucionales, la Corona
tiene también la exigencia de estar abierta y comprometida con la sociedad, y
ha de ser fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los
ciudadanos.
Puede entenderse como pura retórica o como un
expreso e intencionado reconocimiento de que más allá de la Constitución
también hay vida política y realidad social. Como afirmaciones como estas, en
un discurso real de inauguración de reinado, no se ponen porque sí, cabe pensar
que abre la posibilidad de ejercer un arbitraje ante conflictos que se escapan
al estricto texto constitucional.
Una Monarquía “abierta y comprometida con la sociedad
a la que sirve” y “fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los
ciudadanos”, no puede ser inmovilista, sino dinámica. Ni quedar
encorsetada en una normativa depasada y
que choca con la realidad. Debe ser creadora, inspiradora y reformadora, por
mucho que respete los cauces democráticamente establecidos en el Estado de
derecho.
Se trata de lograr que en una Constitución reformada
se recojan el máximo posible de las legitimidades individuales, sociales y
territoriales. Es una lectura positiva del discurso del nuevo Rey, ante los
grandes conflictos actualmente planteados. ¿Demasiado optimista?
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