Con su última pirueta política -de otra “consulta”, que tampoco lo es y se le parece aún menos-, el presidente Artur Mas intenta salvar la cara ante muchísima gente a la que vendió la moto antes de que fuera suya, y ahora le pide cuentas. Va a recibir golpes de todos lados, porque de algún modo todos se sienten estafados,
A diferencia, en su día, de Adolfo Suárez, Mas
prometió lo que no podía prometer. Sencillamente, porque no estaba en su mano
convocar un referéndum para la independencia de Catalunya. Aunque,
estratégicamente, el referéndum pasara a llamarse consulta y la consulta se
revista ahora de simulacro de consulta siendo, en realidad, una burda
movilización partidista desde el Govern.
Y, recordémoslo, lo prometió “sí o sí”. Pero como le
ha salido mal -cosa que casi todo el mundo sabía- ahora quiere salvar la cara,
porque un político que la pierde tan escandalosamente en una jugada de esta
envergadura, por coherencia y dignidad, está obligado a dimitir.
Pero esto es lo que no quiere. Le costó mucho llegar
a presidente para dejarlo sin apurar antes todas las estrategias y maniobras
engañosas. Ya convocó elecciones anticipadse, tras subirse súbitamente al carro
del independentismo y ponerse delante de la gran movilización popular del año
2012, convencido de que, en las urnas, las multitudes le ungirían como el
Mesías esperado. No fue así y se dio el gran batacazo. Pero su falta de
humildad no le permitió aprender la lección
No se trata de repetir aquella “proeza” electoral,
sino de aguantar con juegos de manos para entretener al gran público. La ahora
anunciada otra consulta, que es puro activismo político gubernamental, pues no
tiene nada de consulta -ya que carece
de las prometidas “garantías democrática”- pero se le parece en el nombre,
constituye una estrategia para ganar tiempo y ver si al final algo o alguien le
salva. Como alguno de sus socios, hasta hace poco, le ha echado en cara, los
nuevos planes de Mas no son para salvar el país, ni siquiera el soberanismo,
sino para salvarse a él mismo aparentando que cumple su palabra. Para seguir
hasta el final de su legislatura, intentando con el tiempo recuperar algo de credibilidad.
Planteamiento que puede ser bien visto para quienes
temen, como al diablo, a un Oriol Junqueras de futuro presidente de la
Generalitat, según apuntan las encuestas. El pétreo líder de ERC no está por
muchos rodeos y esperas, sino por una rápida y unilateral declaración de
independencia. Por los hechos consumados y a ver qué pasa; todo muy
democráticamente.
Este posible escenario de un Junqueras-president
inquieta a mucha gente en Catalunya que, pese a todo, ve en Artur Mas, un freno
al aventurismo radical o alocado cuyas nefastas consecuencias nos enseña
nuestra historia. Y por esto aún apoyan a Mas, pese en sus derivas que tampoco
ven demasiado claras,
El resultado de unas posibles elecciones avanzadas,
que serían muy lógicas en las actuales circunstancias de bloqueo y fracaso, es
imprevisible, pero las encuestas son muy elocuentes. Cosa que seguramente
también se contempla con inquietud en los cálculos que hace el Gobierno del
Estado.
Apoyar al presidente Mas en algún otro momento se ha
contemplado como una posibilidad en la Moncloa, para barrar el paso a unas
formaciones más radicales. Sin embargo, por lo que parece, no han sabido, o
querido, encontrar la fórmula idónea para ello.
Está bien hablar de disposición al diálogo y a la
negociación, como repite Rajoy, pero si no se traduce en hechos, queda en
palabras, quizás en hipocresía. Por otro lado, tampoco es seguro, a estas
alturas de la película, que Mas pudiera, o quisiera, dejarse ayudar desde la
capital del Imperio -“impasible al ademán y al desaliento”- tan mal visto desde
Catalunya. Artur Mas ya no podrá ser el
héroe, que soñaba, pero tampoco le entusiasma la humillación de tener que
dimitir.
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