En una
sola frase Josep Cuní ha descrito,
definido y ridiculizado la actual política catalana. “La nueva política
catalana –escribe- tiene mucho de representación y poco de realidad”
(LaVanguardia). Esto, dicho por un gran profesional del periodismo que, desde
muchos años, vive inmerso en las cuestiones de la actualidad política y en
diálogo constante con sus protagonistas,
tiene una importancia testimonial de primer orden.
Probablemente, el acierto de esta frase se deba a que su autor, también
forma parte de esta escenificación que denuncia. Profesionalmente, se mueve en
la misma escena de la representación y contribuye a que se desarrolle y a que
el publico la contemple en directo. Esta complicidad, manteniendo las debidas
distancias, da mayor credibilidad a su afirmación. Y es grave esta constatación
de que estamos en una política de teatro.
Hay una
realidad social y una escenificación. Aquella es la que vive la ciudadanía, la
que la gente palpa, siente y desea. La segunda, la que claman y gesticulan en
el escenario político unos actores que juegan su juego, pactan o disputan entre
ellos, se imaginan o inventan, según sus intereses partidistas o personales, y
en lugar de afanarse en reflejar la realidad en su conjunto, la parcelan y manipulan.
Y una vez
parcelada y manipulada, escriben un guión o varios, para presentar la
virtualidad de su imaginario como si fueran los intereses reales y prioritarios
de los ciudadanos. Y en este esfuerzo gastan las energías que debieran emplear
en resolver los problemas de la sociedad. Y, a veces, para mayor escarnio, a
sus guiones prefabricados les llaman programas de los intereses de país.
Consumada,
así, la obscenidad de confundir “el
pais” con su imaginario partidista, se lanzan a la captura de los despistados y
discrepantes, intentando imponer al todo lo que solamente representa a una
parte. Con este gesto totalizador pretenden secuestrar la diversidad y
pluralidad de la sociedad catalana.
Desde el
escenario del poder o de la representatividad nominal que las urnas dieran a
unos partidos escasamente democráticos, escenifican una representación teatral
que los medios públicos, los subvencionados y los interesados se encargan de
acreditar, mangificar y popularizar. Entonces, la calle indignada y
cabrada por tantos problemas,
debidamente dirigida y adoctrinada, se moviliza bajo el estandarte de cuatro
tópicos bien aderezados.
Y el
círculo se cierra apelando al mandato de la calle, lo que antes se proclamó
generosamente desde los púlpitos sacralizados. “Mucho de representación y poco
de realidad”, como Josep Cuní ha
descrito, definido y ridiculizado la actual política catalana. Demasiada farsa.
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