La política se está saliendo de
cauce. Esto ya no es política, es otra cosa.
Es algo desagradable, fatigoso,
asfixiante, nauseabundo. Con perdón de algunos políticos que se esfuerzan en no
seguir la tropa.
Lo vemos cada día, principalmente
en los últimos años, meses ir semanas, y nos hastía a todos. Crea una sensación
de ahogo, de crispación y de ganas
de refugiarse en el silencio. Y
que sea lo que Dios quiera, o no quiera.
Últimamente, la política de salta
todas las orillas. O lo intenta cada DIA más.
La del sentido común, de la ética
personal y colectiva, la del sentido de servicio, para desparramarse por los
espacios de la estupidez, del robo individual o ciudadano, para servirse de
ella para el medro personal.
La competencia de ideales se torna
en lucha de intereses. A todos los niveles. Para ello ya no se respetan las
normas más elementales de la convivencia, las grandes leyes democráticamente
aprobadas o limpiamente consensuadas –dentro de la relatividad de las cosas
humanas-, ni las reglas de juego establecidas para cambiarlas.
Cada cual –grupos, partidos o
gobiernos- se inventan y establecen, en exclusiva propiedad, sus propias
‘democracias’ – que enmascaran ambiciones o intereses particulares, de clase o
grupales- y que se quieren imponer a los demás. Los grandes a los pequeños, y
los pequeños a los grandes. Y todo se argumenta y santifica con palabras vanas;
con falsos razonamientos y dogmas demagógicos. Se trata de que las emociones efímereas suplanten los argumentos
serios y pensados.
Para ello, ¿qué mejor qué tomar la
calle? Que proclamar que la calle, ni siquiera instruida y organizada, es la
que ha de mandar. Que las escuelas y universidades han de estar al servicio de
eso tan etéreo que se llama “la calle”, pero que grita, mueve masas ciegas o
encegadas, que los expertos en la manipulación masiva de las asambleas saben
llevar fácilmente a ‘su huerto’ haciendo creer que es el huerto de todos.
Y mientras calles y plazas gritan
–incluso ya metidas en gobiernos y parlamentos- los preparados, los
intelectuales que no están a sueldo para colaborar en la inspiración u
hornamentación de estos grandes pasteles de mierda populachera, callan de miedo
como unos muertos, dimitiendo de sus obligaciones de instruir e iluminar a la
sociedad.
Y hay medios de comunicación que
se frotan las manos ordeñando los grandes beneficios de este tipo de política
presentada en nefasto espectáculo, con la excusa de que esto es lo que pide la
gente y esto es lo que le sirven a dosis intoxicantes.
Cuando la política se sale de su
cauce –a toque de corneta de líderes ambiciosos, errados o idiotizados en sus
ideologías populistas o totalitarias, proclamadas por las pantallas, los ríos de la
convivencia civilizada se convierten en cloacas.
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