Comentarios y Análisis de Política

jueves, 19 de junio de 2014

Felipe VI, más allá de la Constitución

 
Hay en el discurso del nuevo rey, una afirmación que no debiera pasar inadvertida, pese a que nadie la comenta. Y seguramente es la única novedad relevante.

Es cuando dice, textualmente, que “las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos”

Es decir, que más allá de les establecidas exigencias  constitucionales, la Corona tiene también la exigencia de estar abierta y comprometida con la sociedad, y ha de ser fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos.

Puede entenderse como pura retórica o como un expreso e intencionado reconocimiento de que más allá de la Constitución también hay vida política y realidad social. Como afirmaciones como estas, en un discurso real de inauguración de reinado, no se ponen porque sí, cabe pensar que abre la posibilidad de ejercer un arbitraje ante conflictos que se escapan al estricto texto constitucional.

Una Monarquía “abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve” y “fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos”, no puede ser inmovilista, sino dinámica. Ni quedar encorsetada  en una normativa depasada y que choca con la realidad. Debe ser creadora, inspiradora y reformadora, por mucho que respete los cauces democráticamente establecidos en el Estado de derecho.

Se trata de lograr que en una Constitución reformada se recojan el máximo posible de las legitimidades individuales, sociales y territoriales. Es una lectura positiva del discurso del nuevo Rey, ante los grandes conflictos actualmente planteados. ¿Demasiado optimista?

lunes, 2 de junio de 2014

El debate Monarquía o República

 
La Monarquía, en si misma, no es democrática, sino solo en la medida que sea aceptada y sea útil para permitir que la democracia exista, funcione y permanezca. La opción republicana es más racional, pero no siempre cumple aquella triple utilidad, como bien nos enseña la historia, que también muestra defectos y errores de ambas instituciones.

Que se reabra ahora el debate  de si Monarquía o República es normal y explicable, pero con casi cuarenta años de experiencia contrastada, no parece lo más adecuando en un momento de una compleja problemática acumulada. La libertad de expresión de ideas y preferencias, en los medios y aun en la calle, no puede ni debe ser coartada, precisamente esto es posible bajo la actual fórmula monárquica.

Lo razonable sería que las dos opciones -Monarquía o República- algún día pudieran someterse al voto expreso y directo de la ciudadanía y no dentro de un paquete de reforma constitucional, como se hizo y quizás se volverá a hacer. Como, por otra parte, seria también razonable que la vinculación entre los pueblos de un mismo Estado alguna vez pudiera ser sometida a la decisión libre y responsable de la gente. Seria, en principio, lo ideal que el marco constitucional lo permitiera y regulara.

Lo peor será acumular problemas vidriosos y de tal envergadura en un contexto de profunda crisis, con ambiente de descontento y de rechazo a casi todo. Claro que ‘a rió revuelto, ganancia de pescadores’. Y, como se ve, siempre hay alguien al acecho para pescar en aguas turbias.

Lo sometido directamente a elección resulta, por principio, más democrático. Pero una excesiva radicalidad en este planteamiento, nos llevaría a rechazar a nuestros propios padres y hermanos, en el ámbito familiar, porque no los hemos elegido; como también, en el terreno social, a nuestros vecinos, que tampoco los hemos escogido.

Hay mucho de discutible en el origen y ejemplaridad de nuestra monarquía, así como en el momento de plantear la abdicación, pero es más cierto que la institución monárquica fue y ha sido popularmente aceptada -principalmente por sus méritos-, ha sido útil y está formalmente consolidada. Así las cosas, todos los debates son lícitos y necesarios, pero sobrará toda crispación y oportunismo, que empiezan a asomar.

Lo deseable es que, sin ahogar deseos o clamores de mejora, sino todo lo contrario, las instituciones funcionen con la normalidad democráticamente prevista y establecida en su día por la voluntad popular. El debate es explicable, interesante y lícito, pero seguramente en este momento ‘no toca’, ni resolverá nada.