A la gravísima crisis económica se añade ahora una profunda crisis política. A los efectos devastadores, para empresas y empleo, de una economía en quiebra, se superponen los preocupantes efectos, para la convivencia, de un modelo de Estado también en quiebra.
No
es casual. A perro flaco todo son pulgas. Y a un Estado debilitado por las circunstancias
económicas, internas y externas, es fácil cargarle todas las culpas, aunque no
siempre las tenga todas. Parece el momento idóneo para intentar pasarle el
muerto. Y, así, cada cual quitárselo de encima, sin asumir las propias
responsabilidades.
Es
el instante políticamente oportuno, u oportunista, para la rebelión de los
disconformes, con o sin razón, del actual modelo del Estado de las Autonomías.
Si el Estado se defiende, alegando que es el constitucional, y, como ocurre, se
cierra a toda posible reforma del mismo para adaptarse a una realidad
cambiante, entonces se produce la colisión de las dos posturas antagónicas.
Estamos en el choque de nacionalismos, el central y los periféricos.
El
nacionalismo españolista esta muy incrustado en los poderes estatales,
centralistas, uniformadores y de predominio. Los nacionalismos periféricos
–vasco y catalán, principalmente- se
sustentan en razones históricas y culturales, de agravio y de reivindicación de
la propia personalidad. La Constitución no resolvió bien este tradicional
contencioso., atendiendo a la profunda
realidad, por esto ahora los nacionalismos vuelven a irrumpir con fuerza,
alentados por incomprensiones de gobiernos centrales de todo color, y buscando
en un Estado debilitado el chivo expiatorio de los errores de sus propios gobernantes
autonómicos.
La
astucia del presidente Artur Mas ha estado, entre otras cosas, en hacer suyo un masivo movimiento
independentista, que alentó descaradamente desde el Govern, sin haberse
declarado él nunca claramente independentista, como tampoco su formación
política. Claro oportunismo político,
que está arrastrando a las demás
fuerzas políticas a posicionarse precipitadamente, ante unas elecciones
adelantadas a menos de media legislatura y claramente partidistas, que enmascaran
su impotencia o fracaso en la gestión del gobierno "de los mejores"
Artur
Mas ha pasado de defender "el pacto
fiscal" (tipo vasco) para Catalunya, blandiendo el lema del "expolio
fiscal", a ponerse delante de la gran manifestación independentista,
dejando así de ejercer de President de todos los ciudadanos catalanes, que
prometió ser. Explota el error del Constitucional de recortar despiadadamente
el Estatut con que Maragall intentaba abrir camino hacia el federalismo, y ha
provocado un "no", demasiado rotundo
de un Rajoy, poco hábil y abrumado por la crisis, al "pacto
fiscal", para sumar descontentos y sensaciones de agravio, para ganarse a
la sociedad catalana, no siempre bien informada, en apoyo de su desafío. Así,
no se ha abierto ninguna negociación para la necesaria mejora de la
financiación catalana.
Con
un buen discurso, muy hábilmente expuesto, y unos medios de comunicación
públicos a su servicio o afines subvencionados, Artur Mas, movilizando a la
opinión pública, se ha convertido en el líder de un preocupante e incierto desafío al Estado
(incluso al Estado de derecho), anunciando
un referéndum de autodeterminación aunque no se ajuste a la legalidad. Los
partidos se han visto sorprendidos y la sociedad se está dividiendo claramente
ante este envite. Envite al cual puede sumarse Euskadi si, como es previsible,
gana el nacionalismo radicalizado en las próximas elecciones. El Estado no se
quedará con los brazos cruzados. Las cosas se complicarían.
Mientras,
no parece que, en estos momentos, haya ningún partido ni nadie, que pueda
disputar este calculado e inteligente liderazgo de Artur Mas. Lo tiene difícil
en Catalunya el Partido Popular de Sánchez Camacho, que puede recoger mucho
voto no independentista Y no lo tiene fácil el PSC de Pere Navarro, aún poco
definido en su federalismo (solución razonable), con disputas internas y con
poca garra electoral, pese a haber sido siempre el socialismo mayoritario en
los comicios generales.
Esta
falta de contrapesos reales, puede llevar a un Artur Mas crecido, tanto a llegar
hasta el final de una aventura alocada o de "rauxa", peligrosa para
Catalunya y nefasta para la recuperación económica española, como, ante tamaña
responsabilidad, a sentir vértigo al precipicio a que puede llevar al país y a
quemarse a sí mismo políticamente, y moderar sus posiciones (algún indicio ya
hay), por el caminos de la ambigüedad, en lo cual son muy hábiles tanto Mas
como su partido.
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