Este contubernio entre política y periodismo se inició en
tiempos del president Jordi Pujol, hábil tejedor de complicidades entre ambos
mundos, y ha continuado hasta ahora sin que se vislumbre su final, pese a este
desenmascaramiento puntual. Por aquello de estar en un país pequeño, en que
todos se conocen , en que los intereses se entremezclan y la alentada necesidad
de hacer frente a un común enemigo exterior: el centralismo del Estado.
El “oasis catalán” era muy cómodo para los políticos, pero
prostituía la función periodística. El nuevo director interino de Le Monde
advertía, precisamente estos días, del necesario distanciamiento entre
políticos y periodistas. Cada cual en su sitio y con su misión. El no haber
ocurrido siempre así, ha llevado a la perplejidad y a la desorientación
generalizada ante un resultado electoral no previsto. Y, en consecuencia, a la
dificultad de sacar conclusiones serias, y, en último término, a tomar
decisiones políticas certeras para encarar bien el futuro. Todo se ha movido en
un mundo de gran ficción.
Que un líder como Artur Mas, que gozaba de una posición
política bastante estable para gobernar, un buen o mal día, se deja deslumbrar
por el espectáculo de una gran manifestación popular (por él apoyada), a través
de una mala lectura de la misma, y quiera erigirse en milagroso redentor de su
pueblo, y acabe siendo derrotado en su empeño y retroceda en representatividad,
se explica en buena medida, por el espejismo de aquel contubernio
político-mediático.
Creo
que ha sido el ponderado periodista Luís Foix quien ha afirmado que Artur Mas y
CiU “se han creído su propia propaganda”. Con unos medios de comunicación
públicos a su servicio (TV3 principalmente), y muchos de los privados
subvencionados (en primer lugar La Vanguardia), era fácil caer en esta
confusión. Sobretodo si, además, su propia empresa encuestadora, le cantaba una
victoria casi rotunda. Como escribe el sociólogo Manuel Castells, con “la
influencia decisiva de los grandes partidos y grupos empresariales sobre los
medios de comunicación, se puede entender la autocomplacencia de una clase
política que cree tener todo atado y bien atado”. Las urnas han demostrado que
no.
Los refutados adversos han derrumbado el tinglado y
difuminado mucho una ilusión amplia pero no mayoritaria sobre la que Artur Mas
quiso cabalgar -sin calcular los riesgos para él y para el país- para llevar a la
multitud imaginada en la travesía del Mar Rojo hacia la tierra prometida de la
independencia.
Y
es oportuno recordar a los profesionales del periodismo una advertencia del
director de Le Monde Díplomatíque. Ignacio Ramonet alerta del peligro
de la "censura democrática" que se produce en los medios de
comunicación "mediante la asfixia y la sobreabundancia de
información". "No hay ninguna institución –añade- que no tenga su
propio sistema de comunicación, lo que provoca que los periodistas no estén en
contacto directo con lo que sucede en la realidad, sino con la información que
las instituciones quieren transmitir",
Si
los profesionales y los medios no saben, no pueden o no quieren zafarse de
estas tentaciones y servidumbres, y continúa el contubernio político-mediático,
seguiremos en un irreal “oasis catalán”, con las consecuencias de
desorientación general de la opinión y con las dificultades de interpretación
de la realidad por los políticos y, por tanto, de gobernabilidad. Es el
panorama que un arrebato personal de ambición mesiánica nos ha dejado.
Una
burbuja político-mediática ha estallado
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