Comentarios y Análisis de Política

viernes, 9 de septiembre de 2011

No perder el catalán ni el castellano

El catalán no debe, ni puede, perderse en Cataluña. Tampoco el castellano. La desaparición, o disminución  en el conocimiento, el uso o la calidad de uno de esos idiomas, sería nefasto para los ciudadanos y para la sociedad catalana.

Para los ciudadanos, porque les restaría posibilidades actuales y futuras; afectaría a sus derechos personales. Para la sociedad catalana, porque repercutiría negativamente en su convivencia y le restaría personalidad. Es una sociedad básica e históricamente bilingüe, pero con una acusada personalidad propia.

Los problemas, en esta cuestión, no están tanto en la calle como en la política; principalmente en los políticos, que han encontrado en este tema harto sensible un arma emocional e ideológica de movilización social y de confrontación política. Usar la lengua como arma política, lo haga quien lo haga, es bastante miserable.

El ciudadano de Catalunya, cualquiera que sea su origen, sabe que no dominar razonablemente la lengua catalana, le hace sentirse un tanto extraño en su tierra y con menos oportunidades de relación y promoción. Como le ocurre al que no domina el castellano. Cada vez se exige más saber el catalán en el mundo laboral, principalmente en el funcionarial. Pero quien no se desenvuelve con soltura en castellano encuentra aun mayores dificultades.

Esto en el terreno práctico. La, para algunos, denostada "inmersión lingüística" ha cumplido un papel relevante y beneficioso en el conocimiento del catalán, sobretodo para los procedentes de fuera y principalmente sus hijos, como también par los sólo castellanohablantes.
Los fallos del sistema han venido de la forma a menudo excluyente de su aplicación. Es decir, cuando en la práctica, el catalán ha sido considerado rigurosamente "preferente" y el castellano casi como de segunda y sin la atención debida a las personas.

Estos errores se pagan, especialmente cuando, de hecho, el contexto social es bilingüe y se desarrolla con bastante normalidad. Y las reacciones, desde dentro y desde fuera, a esos errores, suelen ser problemáticas y, si alguien aprovecha el conflicto, sectaria o partidistamente, se dramatizan, al menos en los foros públicos de la verborrea política i mediática.

Que el catalán, como lengua más propia en Catalunya, histórica y socialmente, lleva en sí misma un plus de legitimidad por cuanto representa más idóneamente una forma de ser y sentir, y de expresar una personalidad –que es la función de un idioma- , es decir, es más fiel expresión de su alma personal y colectiva, merece una protección especial, en un contexto de globalización despersonalizadora y tras décadas de duras dificultades, es lógico y no puede negarse. Lo malo seria hacerlo en detrimento de los derechos de los no catalanohablantes, que también son ciudadanos de Catalunya y cada vez más numerosos.

De aquí, el sentido del necesario equilibrio a la hora de afrontar en el día a día esta cuestión, que no es tanto jurídica ni política, como de buena voluntad y sentido común. Vahiculares o no (el nombre es lo de menos), las dos lenguas deben ser correctamente conocidas El principio de que el conocimiento de las dos lenguas es integrador, en un país realmente bilingüe, parece el más válido y un enriquecimiento personal de la ciudadanía, y colectivamente cohesionador. Y no ha de suponer atentar contra ninguna esencia patria, como sí podría serlo imponer, contra la voluntad de las personas, un idioma también de uso corriente –por tanto, también propio – aunque histórica y socialmente no tan propio.

Los pueblos tienen alma y un idioma idóneo para expresarla, pero no siempre un único idioma. La esencia de los pueblos es su alma, no el instrumento para expresarla. Aquella es más rica e íntima.

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