Extrañas elecciones. Referéndum camuflado. Como
pretende el independentismo. España se empieza a romper en Catalunya.
El proceso ha sido hábil, apoyado por datos
prestados de la realidad. Se ha tocado a fondo la fibra sentimental de
partencia a un pueblo con siglos de identidad propia, que hay que respetar. Se
le ha añadido una gran campaña de sensibilización de la fibra del interés
económico, perjudicado por una política estatal que, se argumenta, frena su
desarrollo presente e hipoteca su futuro.
Con este doble potente resorte era previsible que un
sentimiento nacionalista, hasta hace poco muy minoritario, haya ido penetrando
en la sociedad, en la tradicional de raíz catalana, pero también en la de
arraigo posterior. El sentimiento y el interés se potencian mutuamente. Quizás
también habría ocurrido, más lentamente, sin la agitación de un inteligente
activismo político.
Desde las instituciones centrales, estatales y de
los distintos gobiernos, ha habido una evidente miopía. Como la ha habido desde
los centros de opinión –políticos y mediáticos, del resto de España. No se ha
visto venir el oleaje o se lo ha minusvalorado.
Más aún, no ha habido la sensibilidad ni la
honestidad de querer y saber escuchar la voz de la realidad. Incluso se la ha
querido ahogar desconociéndola y atacándola torpemente de frente, No ha habido
la inteligencia de saber que los nacionalismo se crecen sobre todo cuando son
atacados o agredidos de alguna u otra forma. Se ha evidenciado, pues, una
lamentable torpeza estatal.
Y esto ahora se paga. En unas extrañas elecciones,
como las actuales, más oportunistas que razonables, que encubren y anticipan,
en la práctica, el referéndum que el movimiento soberanista anuncia, sí o sí,
para después. Las reacciones llegan tarde, y algunas son totalmente
improcedentes.
Paradójicamente, en los momentos de mayorías
gubernamentales absolutas, si no hay una inteligencia clara y una fina
sensibilidad desde el Estado, las minorías que se sienten desatendidas se
radicalizan. Como ocurre ahora. Son los momentos en que, como buscan
precisamente los nacionalismos
periféricos, frente al nacionalismo centralista, se empieza a romper España.
Que no se rompa también Catalunya...
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