Habría que bajar el ruido de tanta pestilencia. Con ponerle
decibelios al hedor no se gana nada. Y la vida se hace más insoportable.
Aunque quizás no sea el más indicado, Oriol Pujol pide
explicaciones ante "el festival de espías, escuchas, grabaciones,
seguimientos y documentos apócrifos", pero está en su derecho pedirlo Las
cosas hay que aclararlas. Pero el ruido no es el mejor ambiente para ello. El
ruido distrae, enmascara, tapa y distorsiona los argumentos.
Detrás del ruido se esconden, con frecuencia,
culpabilidades, complicidades e intereses no siempre justificables. Seguramente
por ello se pone alto volumen, a veces estruendoso, a la densa pestilencia
política o social. Al hedor insoportable de la acumulación, en poco tiempo, de
“festivales” de este tipo, pero sobre todo de lo que hay detrás de los mismos.
Es decir, de las prácticas irregulares, ilícitas, corruptas o delictivas que
inspiran o provocan estas juergas festivaleras.
Con todo, seria bueno rebajar el tono irresistible de tanto
ruido con el que nos despertamos cada mañana. Hay que pedir y dar explicaciones
de lo que pasa, pero no a gritos. Que las instituciones, especialmente los
parlamentos y los tribunales, hagan su trabajo rápido y bien. Sería lo normal y
lo deseable. Y lo exigible. Si no, ¿para qué están?
Cierto que los políticos -y no políticos- concernidos por
hechos inconfesables- buscan, a veces, desesperadamente micros, altavoces y
equipos de baterías festivaleras para elevar el ruido hasta ensordecer oidos y
turbar mentes. Es su defensa. Pero las instituciones encargadas de hacer luz y
justicia no debieran caer en la trampa.
Y los medios de comunicación tampoco. Es una tentación,
cierto. Y suele dar notoriedad y beneficios. Pero el sentido ético de la
profesionalidad y la razonable moderación de ser un servicio público de la
sociedad, piden no pasarse. La competencia y el beneficio no lo justifican todo.
Una de las primeras lecciones que, con frecuencia, se dan en
periodismo es enseñar trucos para llamar la atención del lector, oyente o
telespectador. En lugar de decir, por ejemplo, “460 muertos” poner “medio
millar de muertos”, o en vez de “unos 470 mil
manifestantes”, decir “medio millón”. Esto es una corrupción
profesional.
Un recuerdo inolvidable del director de “El Correo Catalán”,
Andreu Roselló, era su obsesión por valorar bien la importancia objetiva de las
noticias para darles el tratamiento y colocarlas en el lugar que les
correspondía. Con honrosas excepciones, esto se está perdiendo. Más que la
noticia “información” se busca la noticia “espectáculo”. Grave error, sobre el
que convendría reflexionar seriamente. Es misión de los medios informar
debidamente, ser contrapoder del exceso de poder (o poderes), denunciar
irregularidades e incluso destapar estercoleros, Pero los medios no están para
hacer ruido.
También seria bueno que la ciudadanía rechazara el exceso de
ruido. Que no se habituara al mismo. Que pusiera doble cristal en sus oídos. Y
que no reaccionara a gritos de “!callaos!”, añadiendo más ruido al ruido.
Pidamos claridad, saneamiento de la vida pública. Que no
haya tanta pestilencia, que embota nuestro olfato. Pero con calma. Porque, si
no, al hedor a podrido le estamos añadiendo, entre todos, un ruido
insoportable. Insoportable para los sentidos, para la mente y el corazón, y
para la convivencia.
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