Demasiado rotundo, seguramente. Rajoy puede
responder por sus hechos, pero es muy difícil que pueda hacerlo por los de su
entorno. Hay un consenso bastante generalizado sobre la honestidad personal del
actual presidente del gobierno. Las dudas se extienden en relación a algunos
personajes que le rodean, y sobretodo que le rodeaban y ahora se vengan.
La gravedad de las acusaciones requerían un
desmentido claro. Más claro que rotundo. La rotundidad no siempre favorece la
claridad. Respecto a su defensa personal, de su figura pública y privada, Rajoy
ha estado bastante convincente. Y la opinión popular así parece percibirlo. Ya
es importante, pero no suficiente.
La honestidad de una persona, de un jefe, no
comporta ni ampara la de otras de su equipo actual o anterior. Pretenderlo,
sería un error. De aquí la reacción del líder de la oposición, Rubalcaba, al
acusar a Rajoy de “enrocarse”, de colocarse a la defensiva con todos los suyos,
sin admitir posibles casos reprobables. Esto, además de peligroso, contribuye a
respuestas también contundentes.
Y no son precisamente actitudes de rotundidad y
contundencia verbales las que requieren las actuales circunstancias de
comprensible irritación por la corrupción muy generalizada, de mutuas
acusaciones muy subidas de tono en el terreno político, y de gravísima crisis
económica y social. Añadir más leña al fuego no conducirá a ninguna solución.
Debe limpiarse, con celeridad y firmeza, el terreno ensuciado por tanto
comportamiento personal e institucional irregular y delictivo. Pero, sin
demorar esto, lo prioritario de toda prioridad, es salvar la nave, en lugar de
hundirla.
Parece, sin embargo, que se hace todo lo contrario,
consciente o inconscientemente, en nombre de un “patriotismo” que cada cual
interpreta a su manera. Es patriótica, ciertamente, la denuncia de la
corrupción rampante y que lo enmierda todo; es patriótico exigir todas las
responsabilidades, caiga quien caiga; es patriótico, incluso, indignarse e
irritarse y mostrarlo públicamente, como terapia social y para que se enteren
quienes deban enterarse sin discriminación. El límite sensato es no quemar la
nave y que no nos hundamos todos.
En estas reacciones airadas comprensibles, hay que
distinguir bien lo razonable de los intereses más o menos ocultos. Intereses
del partido gobernante en mantenerse; intereses de los partidos de la oposición
en ganarle terreno en este rió revuelto; intereses de los protagonismos
personales bastardos; los intereses localistas sobre los generales; intereses
de algunos medios en aumentar audiencia y ventas a costa de lo que sea.
Denunciar todo esto también es patriótico.
Pero la máxima urgencia, la primera prioridad, es el bien
común de un país y unos ciudadanos que flotan en salvavidas o ya sin salvavidas
en medio de una tormenta económica y social, y a la que se está haciendo frente
como se puede a costa de muchos sacrificios. No es hora de echar más leña al fuego
ni de echar más agua dentro del barco para que acabe hndiendose con todos
dentro. Es la hora de la supervivencia para salir a flote lo antes y mejor
posible.
Para ello hay unas instituciones -políticas,
legislativas, jurídicas y gubernamentales- que, pese a todos sus inadmisibles
defectos, es necesario que sigan funcionando. Ni el “enroque” del Gobierno, en
su defensa a ultranza; ni la demagogia de cierta oposición irresponsable; ni la
voracidad de unos medios frívolos o poco sensatos; ni la algarada callejera más
o menos dirigida u orquestada, contribuyen a aclarar nada ni a aderezar el
rumbo de las cosas.
O somos capaces, entre todos (aún tragando sapos),
de alzar el estandarte del “seny”, la sensatez, por encima de todas las olas
embravecidas de la mar revuelta, o, al final, por todos “doblarán las
campanas”.
Excepcional!!. A ver si MUCHOS pudieran aprender de esto . Le felicito y le doy las gracias
ResponderEliminarLluis
Muy amable !
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